
Por Hna. Begoña Mª de Cristo Jesús
Inmersos ya de lleno en este Tiempo Pascual, nos sale al encuentro, en este quinto domingo del ciclo C, la Novedad del Señor que quiere irrumpir con fuerza en nuestras vidas: “He aquí que hago nuevas todas las cosas” (Apoc.21,5).
¿De qué novedad se trata? ¿Existe algo que pueda transformar nuestras jornadas en algo siempre nuevo, aunque cada día hagamos más o menos las mismas cosas?
La Liturgia de hoy nos da la respuesta. Vemos, en primer lugar, a Pablo, junto con su compañero Bernabé, yendo incansablemente de un lugar para otro, impregnándolo todo de la frescura del Evangelio. Al terminar este su primer viaje apostólico, comparten con los Hermanos de Antioquía cómo Dios ha abierto a muchos la puerta de la fe (cf. Hch.14,27), es decir, a todos aquellos que han dado crédito a las palabras del Apóstol de los gentiles y han aceptado Cristo como su Señor.
El salmo responsorial de este domingo podemos imaginárnoslo en boca de estos gentiles que han escuchado la Buena Noticia y no cesan de alabar la grandeza de Dios: “Bendeciré tu Nombre por siempre jamás, Dios mío, mi Rey” (Sal. 144).
Siguiendo en la misma línea, Juan, en el Apocalipsis, contempla un Cielo nuevo y una tierra nueva, así como a la nueva Jerusalén. Dios todo lo hace nuevo. ¿Cómo?, ¿de qué manera? Necesitamos esa frescura para nuestras vidas, para nuestras rutinas y nuestros cansancios. ¿Dónde hallarla?
Y el Evangelio, retrotrayéndonos a la Última Cena, nos ofrece la novedad suprema: el mandamiento nuevo del amor: que os améis unos a otros como Yo os he amado (Jn.13,34). Ya en el Antiguo Testamento aparecía el mandato de amar al prójimo como a uno mismo (cf. Lv. 19,18). ¿En qué reside pues la novedad que ofrece Jesús? Comenta San Cirilo de Alejandría: “la Ley mandaba que era necesario amar al hermano como a nosotros mismos; pero Nuestro Señor Jesucristo nos amó más que a Sí mismo; de otra forma, no hubiera descendido a nuestra humildad el que tenía la misma Gloria divina y era igual a Dios Padre”.
Si recordamos, en la película tan exitosa de Mel Gibson, La Pasión, hay una escena en la que la Santísima Virgen María se encuentra con Jesús, cargado con la Cruz, camino del Calvario, y Él le dice: “¿Ves, Madre, cómo estoy haciendo todas las cosas nuevas?”. Ahí está la clave, como indica Teodoro de Mopsuestia: “la manera de amar es lo nuevo”: en ese amor hasta el extremo (cf. Jn.13,1), que es el modo como Jesús nos amó y nos invita a amar. Aquí está la novedad: en el amor. “El amor hizo nuevas las cosas”, dice un himno de Adviento. El amor es lo que hace todo nuevo, es la fuente de la novedad que necesitamos para nuestras vidas. Como decía el Cardenal vietnamita Van Thuan: “vivir el momento presente colmándolo de amor”. Y el Papa Francisco, en su reciente Exhortación Apostólica “Christus Vivit”, dirigida a los jóvenes, en su primer número comenta sobre Jesús: “todo lo que Él toca se vuelve joven, se hace nuevo, se llena de vida”.
Pero puede surgirnos la misma pregunta que el Papa emérito Benedicto XVI en su primera Encíclica, “Deus Caritas est”: ¿Se puede mandar el amor? Y él mismo nos daba la respuesta: Dios nos ha amado primero (cf. 1Jn.4,10 ) (…) Dios no nos impone un sentimiento que no podamos suscitar en nosotros mismos. Él nos ama y nos hace ver y experimentar su amor, y de este “antes” de Dios, puede nacer también en nosotros el amor como respuesta”. O en palabras de San Juan de la Cruz: “para este fin de amor fuimos creados”. Puesto que estamos hechos a imagen y semejanza de un Dios que es Amor, Él nos capacita para amar.
Tal vez hemos hecho la experiencia en nuestras vidas de habernos adentrado, casi sin darnos cuenta, en un callejón sin salida, que nos lleva a dudar de todo, a la queja y al malestar sin saber bien qué es lo que nos molesta, viviendo el sinsentido de nuestras rutinas, sin fe, sin esperanza, deseando huir a no sé sabe bien adónde, -tal vez de nosotros mismos- buscando una luz que en algún momento vimos, pero ahora no somos capaces de encontrar, por mucho que otros nos la indiquen o la tengamos delante de nosotros. Entonces, ahí precisamente, en el fondo de nuestra negatividad, aparece el Señor Resucitado con su Luz, con su Amor, con su Belleza, nos regala una mirada nueva sobre nosotros mismos, sobre los demás y sobre todas las cosas a nuestro alrededor. Y vemos qué mal camino llevábamos, pero sobre todo qué maravillosa es esta nueva luz que el Señor nos regala, y cómo, dándole una pequeña oportunidad para que sea Él quien transforme nuestra vida, -pues hemos experimentado ya nuestra impotencia-, el Señor aprovecha esa rendija y nos desborda, nos hace criaturas nuevas, en la inocencia de su Luz.
Pascua Sagrada, Eterna novedad: dejad al hombre viejo, revestíos del Señor, cantamos en este hermoso tiempo pascual. Otra luz es posible. El Señor nos la quiere ofrecer. Él es capaz de hacer nueva nuestra vida. Sólo basta un granito de fe.
Que la Virgen María, testigo incomparable de cómo Jesús y su Amor lo hacen todo nuevo, nos siga acompañando en nuestro camino pascual.