
Por el P. Manuel Diego Sánchez O.C.D.
Comentario de la Segunda Lectura del Oficio Divino del Martes VII de Pascua.
Para leer esta lectura: https://alforjasdepastoral.wordpress.com/2017/05/30/oficio-de-lectura-martes-vii-de-pascua-2/
Del libro “Sobre el Espíritu Santo”, de San Basilio Magno, el de Capadocia, obispo (cap. 9,22-23)
Con esta lectura recuperamos la mejor pneumatología patrística, aquella del siglo IV que se elabora en medio de la discusión arriana, cuando ésta, de cristológica declina en pneumatológica, (años 360-370), y que dará como resultado la definición del II concilio ecuménico de Constantinopla (381) sobre la divinidad del Espíritu Santo. Es en este momento cuando surge y aumenta la mejor literatura específica en torno al Espíritu Santo. Y Basilio es el mejor exponente oriental de este discurso teológico. Él escribe un tratado en que afronta de forma sistemática (con la Biblia + Liturgia + espiritualidad + reflexión teológica) el problema y, como se puede adivinar, está detrás del modo de proceder este razonamiento: lo que se celebra (liturgia) y lo que se vive (espiritualidad) ayuda a entender el dato tradicional de la condición divina del Espíritu Santo. Él fue un gran pastor y organizador, liturgista, empeñado en la vida monástica… por lo que estaba dotado de una gran sensibilidad pastoral y espiritual y de este modo podía construir un discurso muy completo y vitalista en torno al Espíritu Santo. Se adivina, por eso, en esta lectura el peso que adquiere en estos momentos la vida espiritual (monaquismo) como argumento teológico en la discusión arriana, pues con la posición arriana quedaba en suspenso el proyecto de la santidad cristiana (que era el ideal monástico); si el Espíritu Santo, su agente principal, no era de condición divina, es como decir no podía comunicar lo que no le pertenecía ni poseía, la santidad en su mismo origen. Incluso hay que decir que se trata de una obra de madurez, como si fuera lo mejor de su pensamiento y hasta se adivina como si fuese la más lograda, en cuanto combina además del dato bíblico, la tradición eclesial y un cierto influjo del neoplatonismo en su mejor representante, el de las Enéadas de Plotino.
- Este texto se centra precisamente en esto, en el análisis de la santidad cristiana como fruto de la actividad del Espíritu Santo, un tema que, además de la conveniencia por la discusión arriana, interesaba tanto a las comunidades monásticas de Basilio. Es como si de forma velada hablara de ellos: “Hacia él dirigen su mirada todos los que tienen necesidad de santificación; hacia él tiende el deseo de todos los que llevan una vida virtuosa, y su soplo es para ellos a manera de riego que los ayuda en la consecución de su fin propio y natural”. Todo él respira este clima exclusivamente espiritual (“Él es fuente de santidad, luz para la inteligencia”) y deudor ya de una reflexión teológica monástica muy avanzada, que ha hecho su camino en el trazar las leyes de la vivencia espiritual en el desierto. Dicho de otra forma, el texto en cuestión, tiene detrás la experiencia monástica refleja del siglo IV que trata de dilucidar e iluminar este camino de acuerdo a una fe ortodoxa y que, por eso, sustenta una experiencia espiritual bien construida y de altura, exigente y no menos culta (en el más puro estilo basiliano), como se adivina en esa afirmación acerca de la ley del progreso espiritual: “se comunica solamente a los que encuentra dignos, no en forma idéntica, sino distribuyendo su energía según la proporción de la fe”.
- Pero se adivina incluso una cierta graduación en el planteamiento del tema: lo primero los nombres y apelativos bíblicos y tradicionales del Espíritu que denotan ya algo de su ser y actividad; su ser y naturaleza que determina su actividad con esa descripción magnífica a través de afirmaciones paralelas y contrapuestas: centro de la atención de todos, fuente de la santidad, inaccesible en su ser y comprensible por su bondad, simple en su esencia y variado en sus dones. Su presencia y actividad en el creyente hasta hacerlo espiritual, y que posibilita los altos grados de la experiencia de Dios y de la santidad cristiana. Se va ya anotando en el margen de la lectura estas fases del proceso del discurso teológico que propone Basilio, para darse cuenta de que se trata de un pensador original y que, repetimos, por experiencia espiritual y por formación intelectual, aquí se logran cotas altísimas en la pneumatología oriental, la cual va a influenciar incluso aquella de toda la Iglesia.
- Basta examinar la perfección de la formulación dogmática para afirmar su condición divina: “Simple en su esencia y variado en sus dones, está íntegro en cada uno e íntegro en todas partes. Se reparte sin sufrir división, deja que participen en él pero él permanece íntegro”. De esta forma nos damos cuenta de que puede estar con nosotros y dentro de nosotros por comunicación y perfección, lo que no significa que por eso venga a menos la total integridad de su condición divina. Pero no deja de afirmar su papel insustituible en el camino de la santidad: “por él los que caminan tras la virtud llegan a la perfección” y los vuelve espirituales, y no sólo eso, sino que así estos comunican la gracia a los demás, es decir, puede lograr que un cristiano cualquiera sea mistagogo, introduzca o sea maestro consumado en los caminos del Espíritu.
- Quizás el párrafo más inspirado sea el último donde entramos ya en la vida mística y en la experiencia más alta de Dios, unas líneas que ciertamente deben tener detrás la propia experiencia espiritual de Basilio, muy cualificada, porque nos damos cuenta de que hace una síntesis perfecta del culmen de la vida espiritual expresado en múltiples signos de la cercanía de Dios y, claro está, todo esto sucede por medio de su Espíritu: De esta comunión con el Espíritu procede la presciencia de lo futuro, la penetración de los misterios, la comprensión de lo oculto, la distribución de los dones, la vida sobrenatural, el consorcio con los ángeles; de aquí proviene aquel gozo que nunca terminará, de aquí la permanencia en la vida divina, de aquí el ser semejantes de Dios, de aquí, finalmente, lo más sublime que se puede desear: que el hombre llegue a ser como Dios. Haciendo un somero repaso por este párrafo (profecía, conocimiento secreto y místico, carismas, vida en gracia, vida angélica; el gozo espiritual, comunión con Dios y divinización) ello nos permite el darnos cuenta de que en realidad estamos ante el panorama más completo de la fenomenología de una vida espiritual plena, que depende de ese Espíritu capaz de no sólo acercarnos a Dios, sino transformarnos en él, porque él también está dentro del mismo mundo de Dios. En este caso podemos decir, que para Basilio, la prueba definitiva y más convincente de la divinidad del Espíritu Santo es la santidad cristiana o, en clave dinámica de comprensión; la vida espiritual entendida como ejercicio de las virtudes teologales que son potenciadas al máximo por él. Nunca mejor dicho y demostrado aquello de que dogma y vida espiritual se exigen mutuamente, porque lo que se cree es lo mismo que se vive, y lo que se vive es lo que también se cree, porque de esta forma es como si los misterios de la fe tomasen cuerpo.
No cabe duda de que entre todas las lecturas de esta última semana de Pascua, esta es la más densa de contenido y la que mejor formula la estrecha relación existente entre vida cristiana y vida en el Espíritu divino.