
Por el P. Manuel Diego Sánchez o.c.d.
caminaremos en por de Ti
A pesar de ser un título y una devoción tan extendidos por Occidente y América, sin embargo se trata de una advocación mariana que surge en la misma tierra de Jesús, en el Monte Carmelo de Israel, tierra bíblica por excelencia. Y nace allí en conexión al origen histórico de la Orden Carmelita en los primeros decenios del siglo XIII. Es, por tanto, una devoción mariana muy ligada a la historia y tradición espiritual de esta familia religiosa, por lo que ser devotos de la Virgen del Carmen significa sencillamente venerarla como la veneraron y veneran todavía hoy los Carmelitas.
Una devoción de familia venida de Oriente
Al origen de todo está aquel gesto sencillo de los primeros carmelitas, el grupo inicial, que tuvieron la ocurrencia de dedicar su capilla en medio de las celdas a santa María, lo que en la mentalidad feudal significaba reconocerla como Señora y Patrona (Domina) de aquel lugar y el deber de dedicarse de por vida a su culto y devoción. De ahí que de inmediato se les conoció, por derivación de su capilla, como los frailes de Santa María del Monte Carmelo, que ésta es la forma más original de conocerla y así se la invoca en la liturgia, pero que en España se transformó como la Virgen del Carmen en el sentido de la Virgen del Jardín del Carmelo, con acento árabe, dado que también el monte Carmelo en la tradición bíblica es el monte florido, un auténtico jardín o carmen de flores. Una bonita forma también de darla a conocerla y venerarla, muy conforme con los textos bíblicos y litúrgicos de su fiesta que hablan siempre de la hermosura y la belleza del Carmelo y del Sarón; es decir, aquí las connotaciones de belleza y fertilidad de la geografía bíblica son trasladadas poéticamente a María para describir su condición de una persona del todo especial, llena de gracia según el evangelio de Lucas, toda santa e inmaculada para nosotros los cristianos.
Es lo mismo, pues, decir Santa María del Monte Carmelo que Santa María, la Virgen del Carmen; sólo que con estas dos formas de invocarla se acentúan dos aspectos de una misma advocación. Si decimos Santa María del Monte Carmelo, la forma más arcaica de presentarla, la reconocemos por el sitio bíblico donde se la venera, muy cerca de su pueblo, Nazaret y, al mismo tiempo, acentuamos también que aquel monte bíblico del Carmelo fue habitado por el profeta Elías y que es todo un símbolo de la vida espiritual muy usado por la mística carmelitana (San Juan de la Cruz). Es decir, el monte es donde se da el encuentro con Dios (oración), y la vida espiritual es una continua escalada o subida a la cumbre del monte para contemplar la gloria de Dios. Por lo que este título nos recuerda la tarea fundamental de la vida cristiana: el esfuerzo por encontrarse con Dios y vivir en comunión con él.
Mientras que si preferimos llamarla como la Virgen del Carmen, queremos acentuar su condición de ser una persona toda entregada a Dios y adornada completamente de su gracia, una mujer llena de virtudes, como la canta la liturgia carmelitana del 16 de julio: “Tiene María la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarón” (1 Vísperas). Es la belleza de las virtudes de María que sus hijos y devotos tratan de imitar, porque ella es sobre todo modelo y maestra de fe, esperanza y caridad. Un fraile carmelita del siglo XIX (el beato Francisco Palau), con no poca razón la veneraba así, como nuestra Señora de las Virtudes. Es decir, se trata de hacerse en la vida ordinaria con el estilo de María en ese ejercicio cotidiano de crecer y fortalecer las virtudes cristianas.
Esto lo ha desarrollado coherentemente la tradición espiritual carmelitana en todos sus santos más famosos (Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Teresa del Niño Jesús, Isabel de la Trinidad, Edith Stein…) que ven precisamente en María el modelo más acabado de su propuesta espiritual a través de la oración y contemplación, por lo que desde muy antiguo siempre se ha dicho: Todo el Carmelo es de María (totus Carmelus marianus). La Virgen María viene a ser como el modelo más acabado del viejo ideal carmelitano, en ese ir tras las huellas del profeta Elías y de sus santos más reconocidos.
Una devoción enriquecida por la historia
Cuando los Carmelitas salen de Palestina (invasión musulmana) y emigran a Occidente adaptándose a las nuevas formas de las órdenes mendicantes medievales (franciscanos, dominicos…) traen consigo su particular manera de venerar a la Virgen, y esta devoción se llena de nuevos contenidos de acuerdo a la mentalidad europea. En momentos particularmente difíciles, para poder subsistir en medio de tantas familias religiosas, los carmelitas no sólo evolucionan (se hacen mendicantes), sino que además entienden que es Ella, su Patrona, la que les protege en medio de la nueva situación. De ahí que la famosa visión de la entrega del Escapulario (el vestido de la Virgen) al general de la Orden San Simón Stock, se inscribe precisamente como un signo de su protección, en esa difícil circunstancia histórica. Y desde entonces será conocida y venerada así, como la Virgen del Escapulario que protege en la vida y en la muerte, desarrollándose luego una amplia historia que sale de los estrictos muros conventuales y llega a toda la gente, a toda la Iglesia, que la representa ya con el escapulario en mano y que la invoca como especial protectora, sobre todo en los momentos de la muerte y como garantía eficaz de la salvación futura. El arte, fiel reflejo de la devoción, incluso la ve como liberadora de las almas del purgatorio que se agarran a su escapulario para escapar del castigo e introducirse en la gloria del cielo. Esta es una de las maneras más frecuentes de representarla, como señora del cielo y reina del purgatorio, que conduce las almas a Cristo. En el siglo XVII es ya un hecho consumado esa asociación de la Virgen del Carmen como la Virgen de Escapulario que nos salva de los peligros. Esta mentalidad tiene su valor práctico, puesto que el signo del Escapulario del Carmen no es un talismán, sino que -como recordaba el Papa Pio XII- llevar el hábito de María significa comprometerse a revestirse de sus mismas virtudes, imitarla; seguir a Jesús tal y como lo seguía y servía su misma Madre.
Pero todavía habrá otra asociación que perdura aún hoy en la mentalidad colectiva: la Virgen del Carmen es además la Patrona de los hombres del mar, aquella que salva de los peligros a cuantos viajan a través del oleaje con el riesgo de su vida. Y de hecho, incluso oficialmente, los ejércitos de marina la tienen como su especial patrona, igual que los lugares y ciudades portuarias. ¿De dónde viene esta vinculación de la Virgen del Carmen con el mar?
El Monte Carmelo de Palestina se alza sobre el mar Mediterráneo en un promontorio, y allí surgió el primer santuario mariano del Carmen, como si fuera aquel faro de luz que guía y que conduce a buen puerto a quienes la invocan desde la travesía naval. También en las más antiguas representaciones de la Virgen del Carmen (La Virgen Bruna de Nápoles), su imagen lleva grabada en el hombro una estrella que quiere sugerir es una guía, un faro seguro en medio de los peligros de la tierra y del mar. Trasladado a nivel espiritual esto se entiende también así: el papel primordial que ejercen las constelaciones de estrellas y los faros en la ciencia de la navegación, lo extendemos a la Virgen del Carmen con esta misma misión protectora en los peligros del mar, que viene a ser símbolo de la misma vida, llena de tantas dificultades, oleajes y naufragios. Por eso, también lleva esta dimensión existencial cuando se la invoca como faro y guía, la estrella del mar de nuestro mundo.
Resumiendo: La Virgen del Monte Carmelo nos recuerda la ardua tarea de crecer y madurar en Cristo, que es la meta de nuestra vida. Así la venera la familia carmelitana. Y así lo expresamos y oramos en la oración colecta del día: que con su ejemplo y protección lleguemos hasta la cima del Monte de la Perfección, que es Cristo. Y, por eso, la respuesta al salmo responsorial de la liturgia carmelitana en su Eucaristía (Salmo 14: ¿quién puede hospedarse en tu tienda y habitar en tu monte santo?), después de la lectura de la oración intercesora de Elías en el monte Carmelo (1 Reyes 18), es un breve ritornello, repetido una y otra vez, como la síntesis mejor del dinamismo y movimiento, el empeño personal y comunitario en que nos coloca esta fiesta tan querida: Atráenos, Virgen María, caminaremos en pos de ti. Esta viene a ser la propuesta mariana que hace hoy y siempre el Carmelo a todos los cristianos. Os recordamos una feliz coincidencia el que en la ciudad de León veneramos a María como nuestra Señora, la Virgen del Camino, la del itinerario o la senda que conduce a Jesús; y en el Carmelo es lo mismo, pero con otro matiz, ya que la recordamos más bien desde la meta, cumbre o el final de ese camino, Santa María del Monte Carmelo, la Virgen de la oración y contemplación, simbólicamente aducido como ese espacio alto y reservado para estar siempre con Cristo y gozar de su intimidad.