TRIDUO: Día 2º. María en Caná. Atentos a las necesidades

Por el P. Roberto Gutiérrez González O.C.D.

San Juan ha tenido un cuidado especial en resaltar la figura de María en las bodas de Caná. No es ella el personaje central, pero su papel en el banquete nupcial es verdaderamente relevante: “Se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús…” Es el pórtico de la narración. Una forma de invitar al lector a fijar la mirada en María.

Estaba allí como una invitada más para participa en la alegría de la fiesta. Su misión en la historia de la salvación ha de realizarse en los acontecimientos que tejen la vida de los hombres. Viene a Caná movida, como los demás invitados, por el amor que brota del parentesco o de la amistad. En Caná, María vive una experiencia profundamente humana del amor. Ser invitada es sentirse acogida por el amor del otro; pero también es aceptar el amor. María disfruta de la alegría familiar de la fiesta y al mismo tiempo contribuye con su presencia al gozo de todos. Es al mismo tiempo recibir y dar.

Si hemos estado atentos al texto vemos que no se cita su nombre: “la madre de Jesús”. El término mujer implica respeto, honor y afecto. La singulariza como un miembro de su familia en el sentido más inclusivo: el reino, en el que las relaciones humanas de sangre no son lo principal. María es grande, porque ha nacido de nuevo. Se relaciona con Jesús como una adulta creyente que trabaja con él y le precede en el mundo como parte de su misión.

Sin que nadie se lo advierta, ella avizora en el horizonte el peligro. El vino está a punto de terminarse. Los novios van a pasar por una situación bochornosa. El amor d María está en vela.

La boda sigue su curso, y algo inesperado sucede: se quedan sin vino. El vino es un símbolo rico en significados en la sociedad judía, así como en los textos proféticos. El vino es alegría, gozo y esperanza; es la presencia de la abundancia, la justicia y el futuro; es el cumplimiento de las promesas. ¡Y en esta fiesta de bodas se quedaron sin vino! Lo que ha mantenido unido al pueblo durante la larga espera ha llegado a su fin: ha llegado el tiempo del cumplimiento de las promesas. Ha llegado el tiempo de un vino nuevo, de un espíritu y una ley nuevos, de un nuevo amor y una nueva profundidad en el compromiso, de unas nuevas expectativas y esperanzas, de nueva vida. Todo comienza en esta fiesta.

El amor de María está en vela. De puntillas asiste al banquete; más como madre que vigila que como invitada que despreocupada disfruta. Su poder de observación le permite detectar la falta de vino. Sólo ella cayó en la cuenta. Da la sensación de que María no se entregó egoistamente al ritmo de la fiesta, sino que mantuvo una cierta actitud de servicio hacia los demás, en concreto hacia los novios.

María reacciona ante la dificultad con una profunda delicadeza. No delata ni escoge el camino fácil e inoperante de la crítica. El amor lo disimula todo. En silencio, sin que nadie se entere, intenta poner remedio. Su reacción fue dirigida hacia dentro. No echó la culpa a nadie ni empezó a repartir responsabilidades, sustrayéndose a sí misma de aquella situación embarazosa. Comenzó a preguntarse qué podía hacer ante aquella situación. No tenía en su haber más que una súplica y lo puso generosa al servicio de los novios. NO TIENEN VINO.

Parece que Juan ha escogido este rasgo de María, que manifiesta el papel que tendrá siempre: expondrá a Jesús nuestras carencias, mientras nos seguirá pidiendo a nosotros cumplir lo que su hijo nos mande.

Palabra de súplica, de petición. En la Biblia la oración aparece a veces como una lucha del hombre con Dios: Abrahán, Moisés… Idea atrevida, pero verdadera, que revela la grandeza de la auténtica oración de petición.

El vino en la boda era aún más importante que la comida, María, que tenía la sensibilidad de ver detalles, al percibir que faltaba el vino, tan importante para la fiesta, intervino y salvó la boda. Nadie le ha pedido que intervenga, pero su delicadeza femenina está alerta ante cualquier situación que pueda hacer sufrir a alguien. La petición de María es discreta porque se fía del Hijo. Este es el estilo de la oración confiada. María dice lo que siente, a Jesús le tocará dar la solución.

Aquí no se trata de un milagro, sino de una sugerencia, de una invitación a que su hijo se preocupe de la situación para que les eche una mano. María aparece como una mujer atenta a las necesidades de los demás y que asume su responsabilidad al invitar a Jesús a hacer lo mismo. María sabe descubrir las necesidades de los demás porque es profundamente contemplativa y la contemplación no nos arranca de la realidad, sino que nos hunde fuertemente en ella.

Profundizando en este episodio de las bodas de Caná, se vislumbra la mediación maternal de María, una mediación totalmente dependiente de la de Jesucristo y que de ningún modo puede ofuscarla, pues se trata de una mediación de intercesión: la Virgen pide por las necesidades de los hombres. María en las bodas de Caná se sitúa entre Cristo y los hombres. Ella es el medio que pone en relación con Jesús a tres tipos de hombres: los novios, los sirvientes, los apóstoles.

Los novios ignoran el peligro que les amenaza. Entregados a la alegría de la boda, no han caído en la cuenta de la situación humillante que se les echa encima. María les presta su voz. María se convierte desde el amor en su portavoz. Ella carga con su necesidad y la lleva al hijo. Ya no puede hacer más.

También los sirvientes entran en contacto con Jesús por medio de María. ¿Tenían ellos alguna noticia de Jesús? No parece. Juan parte del hecho de que es éste el primer signo de Jesús y que toda su actitud apostólica queda reducida al reclutamiento de los primeros discípulos. ¿Cómo explicar el mandato categórico de María: “Id y haced lo que él os diga”? las palabras de María son una invitación a la obediencia de Jesús. Juan no nos da elementos para responder a la pregunta de por qué obedecieron una orden tan extraña. María es camino que abre al hombre a la esperanza que sólo Jesús puede colmar.

La preocupación por el hombre necesitado introduce a María en la esfera salvífica de Jesús. Un camino abierto para todo creyente, que María recorre primero.Terminado el banquete, Jesús bajó a Cafarnaún. Es en este momento cuando Juan hace entrar a María de nuevo en la escena. Jesús camina “con su madre y sus hermanos y discípulos”. Eso es la Iglesia. Una comunidad de fe que camina al lado de Jesús, llevando a María a su lado como madre y modelo de los creyentes.

Sin darnos cuenta, a medida que avanza la narración desaparece la figura del novio y Cristo ocupa su puesto, porque propio del novio era dar el vino, y en este caso es Cristo el que lo da: extraordinario y en abundancia. La ley antigua simbolizada en el agua ha caducado y da paso al vino, a la alegría, la ley nueva, Cristo. La conversión del vino del cáliz en la sangre de Cristo fue el signo sacramental de la alianza nueva sellada en la cruz, de la que surge la Iglesia. En las bodas de Caná está representada la Iglesia, que se expresa y construye en torno a la mesa eucarística, en la que Cristo el esposo, entrega sin medida el vino convertido en su propia sangre.

La función de María en Caná se continúa en la Iglesia. Ella sigue atenta a todos los detalles del banquete y con su oración ejerce su mediación maternal en la Iglesia.

        Resumiendo:

  • 1.- Lo primero es saber compartir. Al hombre le resulta más fácil compadecerse y hacerse eco del dolor del otro hombre. No así de compartir las alegrías y los gozos del otro. Alegrarse con sinceridad del triunfo del otro exige un reconocimiento de sus valores, que puede suscitar envidias y sentimientos de humillación ante él. Por eso es frecuente la crítica, el desprecio o el silencio en esas ocasiones, aun en cristianos seriamente comprometidos con el evangelio. Para ello necesitamos tener los ojos limpios de la envidia y el corazón sin el oleaje del orgullo. Esa fue la tarea o el apostolado de María en las bodas de Caná.
  • 2.- El segundo, el compromiso con el hombre. En la necesidad no se desentendió del problema, ni torció la cabeza hacia otro lado. Lo miró de frente y se fue hacia él. Comprometerse con el necesitado es incómodo y en ocasiones expuesto. Muchos son hoy los que carecen de voz en medio de nuestro mundo. Levantar la voz por los que no pueden hacerlo es hoy una necesidad apremiante en el mundo. Optar por el silencio, en ocasiones puede ser un gesto de egoísmo y de traición al evangelio. Esta es la misión de la Iglesia, ser en el mundo mediadora para orientar a los hombres hacia Jesús.

        El amor vigilante de María, que se traduce en oración eficaz ante el hijo, será siempre un estímulo a la confianza y a la seguridad en ella. No para crear en nosotros un estado de apatía e indolencia, sino para no dejarnos vencer el desaliento en la caída o el fracaso. Más allá de nuestros méritos o desméritos estará siempre en vela ante el hijo la oración de la madre, por cuya súplica hizo en Caná de Galilea el primero de sus signos.

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