
Por Hna. Cruz Mª de Jesús
Toda la liturgia de este día nos lleva a poner la mirada en la figura del Padre. Los discípulos sorprenden a Jesús en oración como tantas veces hiciera a lo largo de toda su vida pública. ¿De qué manera irradiaría Jesús al Padre, aquel que había dicho el que me ve a mí, ve a mi Padre? Toda la vida de Jesús, el Hijo amado, toda su existencia terrena estaba orientada a su Padre, descansaba en el Padre, así no lo iba a ser menos su oración, en cuyo hálito de amor más profundo se confundían en UNO dos corazones, el suyo y el de su Padre. No podemos llegar a imaginar este grado de intimidad que gozaba con Él, el estrecho vínculo que les unía. Jesús había dicho, el Padre está en mí, yo estoy en el Padre, Jn 10, 38; Yo y el Padre somos uno Jn 10, 30.
Por eso ante la súplica por parte de sus discípulos a que les enseñase cómo era su oración, le brota instantáneamente la oración a su Padre, el Padrenuestro, el Ser donde se enraiza su vida.
Pero también nos ofrece hoy Jesús dos matices del modo como debe ser nuestra oración: insistente, perseverante. Nos abre un poco el secreto del corazón de su Padre; Se trata de un Dios con un corazón grande en compasión y ternura, capaz de ablandarse ante la súplica de sus criaturas y mucho más si la intercesión es en favor de otros como ocurre en la primera lectura con la súplica de Abrahám.
Nuestra insistencia, nuestra confianza audaz en Él desarma su corazón, como nos enseña Santa Teresa del Niño Jesús y si nuestra petición es según su voluntad sabemos de antemano que nuestra súplica ya ha sido escuchada por el Padre. Al igual que el Hijo orando con su Padre le dice: Padre, te doy gracias por haberme escuchado, Tú siempre me escuchas.” Jn 11 41
Pero a veces se nos pasa por alto que hemos recibido ya el mejor de los dones que Él puede darnos que como dice Pablo en la segunda lectura “Estabais muertos por los pecados pero Dios os dio vida en Cristo” Col 2. Sin duda ya hemos sido colmados con un derroche de gracia cuando el Padre cancela en las heridas del Hijo nuestra condena, ” Borró el protocolo que nos condenaba …clavándolo en una cruz”. Pablo nos vuelve a recordar el regalo de nuestro Bautismo por el que Cristo nos hace partícipes del don filial; Ya podemos dejar que en nosotros gima el aliento del Espíritu llamando Abbá a Dios.
Se nos invita hoy a pedir al Espíritu que nos deje estrenar un corazón de niño, como el corazón del Hijo, que se sabe seguro y arropado por el Padre en el camino de la vida, en cada circunstancia, aun en medio de tempestades y oscuridades. “No estoy solo, el Padre está conmigo”, un corazón que no duda y no se cansa nunca de llamar y llamar a la puerta del Padre, que no teme molestarle con el grito de su necesidad, de su indigencia, con la búsqueda de sus inquietudes y que quiere corresponder a su Padre con la ofrenda de su amor y confianza más pura.
¡Feliz Domingo!