Experiencias de un músico arraigado en el Carmelo
MIS TRES (1ª Parte)

Por Alberto Ramos. Cantautor y Escritor.
Cursaba 4º allá por el año 2000. Me había encontrado con un librito casi de tamaño bolsillo que narraba la vida y milagros de una niña francesa de 14 años, de la que ya había tenido alguna noticia años ha, y de cuyos escritos había leído algunas líneas en ciertos panfletos. Una muchacha llena de vida y curiosidad por todo lo que de puro y bello la rodeaba, con una sensibilidad a flor de piel que no impedía por otra parte un carácter enfadadizo y un tanto rebelde, cosa que lejos de repelerme me atrajo aún más hacia ella como un imán, para profundizar más y más en aquellas páginas elegidas por azar para mis mañanas de meditación en la capilla.
No quise correr, era una lectura para orar y me duró todo el curso, porque avanzaba y retrocedía en los capítulos a razón de mi necesidad espiritual, a veces para intensificar la comprensión de determinados discursos de su “Cielo en la Fe” o de otros sabrosos pasajes de su pensamiento trinitario y místico, otras para deleitarme en el gracejo de sus andanzas y correrías por Dijón, en sus viajes y temporadas en los Vosgos, o en sus reacciones y vivencias de pianista consumada en medio de una sociedad cínicamente elitista que la reclamaba para sí pero que ella hábilmente supo rechazar, atenta a la llamada interior que las señales del Cielo provocaban en su corazón a través de experiencias cotidianas cercanas al Carmelo de su ciudad, de sermones de clérigos de altos vuelos y de correspondencia con personas honestas que la supieron guiar.
Los pensamientos tan humanos y a la vez tan místicos de aquella adolescente sincera, vivaz, de genio abrupto pero con un gran sentido de lo que es e implica la nobleza de espíritu y unas dotes para la música más que sorprendentes, parecían escritos para mi. En no pocos rasgos de su genio y sensibilidad me identificaba con extraña precisión, aunque mi miseria estaba obviamente muy lejos de su grandeza de alma. Pero yo no la leía simplemente como quien lee una novela de aventuras más o menos románticas, que de ello tenía bastante, sino con ánimo de aprender, de interiorizar y de trasladar en la medida de lo posible, salvando las distancias, aquellas sus vivencias a mis propias vivencias de avatares en cierto modo semejantes. Reír, llorar, sentir y amar con ella fue todo uno. Me metí en aquella vida de lleno, hasta el punto de asustarme el nivel de compromiso al que me invitaba para caminar de su mano por la senda de los amadores de Dios; sí, ¡los santos!, tan fascinantes en su respuesta al Amado como intimidantes en el modo de llevarla a cabo para no ser arrebatados de su lado.
La niña de genio endiablado, de pataletas, noes y travesuras, que aprendió a saber mirar, a entender, a dominarse y a amar con inusitada dulzura me fascinó desde el minuto uno. Pero lo que mi azaroso interés por ella no esperaba, o al menos no a ese nivel tan… espectacular, fue toparse con su obra escrita, fiel reflejo de sus pasos de gigante hacia una santidad nada novelera y muy real que nos descubrió a una de las almas más exquisitas, puras, nobles y extraordinarias que la transición del siglo XIX al XX dio a la Iglesia y por ende al mundo. Lo que significó y aún significa Isabel Catez en mi vida sólo Dios lo sabe. Fue por ello que llegado mayo y el último capítulo sentí que algo en mi había cambiado, me había transformado, había crecido sin darme yo mucha cuenta. Recuerdo que la mañana que di vuelta a la última página y cerré el libro me quedé absorto mirando al Sagrario y preguntándome por qué razón había llegado esta joven a mi vida, qué quería Dios con esta nueva diosidencia. Por lo pronto una cosa tenía clara: yo tenía que hacer algo por esta mujer, debía darla a conocer de alguna forma. Pero cómo, ¿acaso un libro?. En aquel entonces escribir no estaba tan arraigado en mi como lo está ahora, y además, sería el enésimo libro sobre la aún beata, no me parecía nada original. Pero tenía en común con ella el aspecto de la música y ¿qué mejor manera que a través de este arte?. En este soporte existía poco, apenas nada, al menos en español. Sería un aporte diferente, por lo que enseguida me puse manos a la obra. El primer texto que musicalicé fue “El santuario íntimo” y aunque me consta que ha gustado muy relativamente entre los oyentes de mi obra yo le tengo especial cariño por haber sido el primero. Lo puse todo en manos de Dios, esperando que él diera sentido a tantas horas de soledad en mi cuarto, adaptando, componiendo, tocando, errando, borrando y volviendo a escribir. JESÚS se hizo muy presente en todo este proceso y a partir de aquí todo fue coser y cantar, nunca mejor dicho. Con el tiempo y muuuucha paciencia, llegaría a salir la edición de MIS TRES, toda una aventura creativa de la que hablaré en el siguiente capítulo.
Continuara…
Siempre hay algo que nos enamoro cuando se trata de mística y profundo..