4ª parte. Mi Cercanía a los Místicos

Experiencias de un músico arraigado en el Carmelo

MIS TRES (4ª parte)

Por Alberto Ramos. Cantautor y escritor

Cuando tomé la carta en mis manos sentí la emoción propia de un adolescente ansioso por tener noticias de su amada, aunque no era el caso. Un sobre misterioso, con una remitente misteriosa y una dirección sin ningún misterio. Por respeto a la persona que firmó la carta y a la ciudad de procedencia seré discreto y usaré términos eufemísticos. Y parafraseando al inmortal Cervantes, perdón por mi atrevimiento, diré aquello de… “en un lugar de las Españas de cuyo nombre no quiero acordarme…”. Leí muy atento aquellas letras esperando alguna agradable sorpresa. Demasiado optimista por mi parte. El contenido de aquella misiva era tremendo, más aún: demoledor. “¡¡No se pueden cantar los textos de Isabel de esa forma, con ese estilo!!”, venía a decir en esencia aquél mensaje; “¡¡no tienes ningún derecho!!”, ¿perdóooon?…, y concluía “en nombre de Cristo” nada menos: “te ruego que retires estas canciones, deshazte de este casete antes de que haga más daño a otros”. El resto me lo callo porque se escandalizarían hasta los políticos. Vamos, que en lenguaje vulgar venía a decirme poco más o menos: “¿Quién te has creído que eres?, ¿cómo te atreves a poner tus dedazos en tan sublime legado espiritual?, ¡qué sacrilegio!”. Me quedé petrificado. Se me cayó el alma a los pies. Tenía tan abierta la boca que si en ese momento se me cuela en ella un gamusino ni me inmuto. ¡Virgen Santa!. ¡Sin duda una mujer de armas tomar!. Como diría nuestra santa Madre Teresa: “una señora principal, por lo que me malicio, de las peores, de las de… ¡ordeno y mando!”. Respiré hondo y releí el texto porque no daba crédito. Pero sí, era real, palpable. ¿Por qué siempre hay gente_ me preguntaba_ que se cree con derecho a enmendarle la plana a todo el mundo, aunque no te conozcan de nada?. Y más grave aún es que se crean con derecho a erigirse en heraldos del querer Divino sin que la autoridad de la Iglesia les haya investido de semejante dignidad, sin que ÉL mismo les haya dado en absoluto ese encargo; ¡eso sí que es un sacrilegio!, ¡hace falta valor!. Esa carta era, a todas luces, un juicio temerario porque juzgaba sin tener todos los datos. Era una justicia parcial, es decir, ¡una injusticia total!. Pero lo cierto es que no es difícil pecar de esto cuando se ostenta un alto cargo. Mandar no es fácil, lo comprendo, pero eso jamás justifica un abuso de autoridad. Hay que afinar muy mucho, porque para mandar hay que valer muy mucho. Pude, de este modo, comprobar que en nuestra querida Iglesia Católica todavía hay quien piensa que si no cantamos los textos de los Santos al modo litúrgico estamos infringiendo la Ley Divina o cometiendo una especie de atentado contra la decencia y las buenas costumbres. Mucha ignorancia, no exenta de una pizca de soberbia, veía yo en ciertas opiniones carentes totalmente del menor espíritu crítico en positivo, sin conocer las leyes de la música, y aun peor, los ejemplos en la Palabra de Dios, las normas de la Iglesia y los dictados de la teología al respecto. ¿Acaso somos de mente estrecha?, ¿acaso algún Papa ha puesto veto a través de su Magisterio para musicalizar a los Santos conforme a una inspiración totalmente legítima?, ¿esta señora tan principal habrá leído siquiera una vez la carta de San Juan Pablo II a los artistas?, ¿vamos a actuar en el catolicismo como si campara a sus anchas por nuestros reinos una especie de jansenismo agresor, intolerante y trasnochado?. ¡Madre, cómo están las conciencias…!. Piso el cemento y me parece más blando que muchos corazones. ¿Pero qué pudo pasar?, ¿por qué sabía esta mujer de mí y de mis canciones?. No tardé mucho en averiguarlo. Una persona cercana, con toda su buena fe, había dejado en aquella casa una de mis maquetas, esperando que iba a gustar y a hacer algún bien, pero surtió el efecto contrario. Esas cintas llevaban una dirección postal y en ellas me acompañaba de una guitarra y nada más, con un estilo inclinado totalmente a la música clásica, aunque con alguna breve incursión en los modos más rítmicos, por aquello de pensar también en los jóvenes y en sus gustos, para acercarles a Dios. Pero esas incursiones eran contadas. De hecho, creo que soy de los pocos autores cristianos en español que a menudo prescinde del estilo generalizado de componer usando siempre una dinámica marcadamente rockera. Ya me lo dicen mis amigos, que lo mío “es música para rezar no para bailar”. Así todo, aquella misiva logró trastornar mi espíritu y otra vez caí en dudas. El Señor ya había mostrado otras veces Su voluntad a favor, pero así de débiles somos los pecadores, que enseguida cualquier contratiempo nos vuelve a sumir en la duda y en la agitación.

Para no reaccionar en caliente estuve bastante tiempo en silencio, rezando y esperando a que el Señor se manifestase de nuevo. Pero a veces le da por callar y uno se exaspera. Si de veras estaba trabajando mal en Su servicio quería que me lo hiciese saber de forma más rotunda, sin posibilidad de duda ni de réplica, porque de no ser así pondría fin a todo. Me dedicaría a la música profana como hacen la mayoría y andando. ¿Acaso “el patas” estaba rabioso por lo que las Carmelitas y servidor habíamos logrado?. “¿Qué quieres decirme con todo esto Dios mío?. ¿No me dijiste que en el camino del Calvario quien lleva la Cruz eres Tú?. No entiendo nada. ¿MIS TRES es un error?. ¿De verdad he ofendido a Isabel?, y lo que es peor, ¿te he ofendido a Ti?”. Las preguntas se sucedían y la respuesta era el silencio, siempre el silencio, demasiado silencio para un carácter impaciente como el mío. En fin, pasados varios días, sereno y lúcido, respondí a la misiva. Creo que reaccioné de la mejor manera posible: intentando comprender la postura de mi interlocutora, explicándole con fundados argumentos las motivaciones, los medios y el largo proceso por el que esta obra pasó antes de ser una realidad. Que no estaba hecha a capricho, sino con técnica, orden, grandes paseos y mucha oración. Haciéndole notar que su arrebato y tono no eran fraternos y que conmigo ese lenguaje era innecesario pues procuro prestarme fácilmente a un diálogo que no necesita extremos para hacerse entender. Allá se fue mi respuesta volando por encima del Teleno hacia su destino. Al cabo de un tiempo…, llegó a mi buzón “otro sobre misterioso”. Abrí la nueva misiva hecho un manojo de nervios. “Ya verás tú, igual se ha mosqueado por atreverme a rebatirla. Ahora viene la segunda parte del sermón. ¡Madre mía, madre mía!…” ¡Vaya!, para mi sorpresa la doña se disculpaba por su tono y formas. Pero orgullo no le faltaba porque se reafirmaba en lo dicho, “y de ahí no me muevo”, diga usted que sí “doña Catalina”, usted en sus trece, pues nada. Al menos se disculpó y como si del juego del escondite se tratase prometió oraciones “por mí y por mis compañeros”, mira qué bien. Pero en serio, yo valoré su esfuerzo en disculparse y se lo hice saber. Parece que se calmó y ahí quedó todo. Pero yo me conozco y aunque por fuera aparentaba normalidad la procesión iba por dentro. Estaba triste por la experiencia. Porque, además, constaté que no era el único caso, tanto entre gentes de Iglesia como fuera de Ella, ya que llegaron por distintas vías nuevos reproches y eso para un creativo era un mal golpe. ¿Acaso el Cielo me estaba probando?, ¿o era la astucia de “el patas” intentando derribarme una vez más?. Puff, qué dilema. Y a todo esto, el Señor… callado, sin enviar una respuesta, ni un consuelo, ni nada. Las maneras de Dios y sus tiempos no pocas veces me dejan perplejo. El único que podía darme paz en todo esto andaba poco menos que desaparecido. Empezaba a molestarme tanto mutis de quien esperaba el mayor abrazo. Y este silencio no fue una excepción, duró años, pocos, pero fueron años. Aun así me mantuve fiel hasta que ÉL hablase más claro y seguí con otro proyecto, pero con la duda de si estaba haciendo lo correcto. En mi oración algunas veces brotaba el recuerdo de lo sucedido y la necesidad de una respuesta para aquietar mi alma, a ratos encabritada. Hasta que un buen día mi silencioso Señor se dignó responder de una forma que ni me podía imaginar. Contundente, arrolladora, sin posibilidad de duda ni de réplica. Como jarro de agua fría o como rayo de tiniebla en la espesa noche. ¡Qué grandes y maravillosas son tu obras, Señor!. ¿Queréis que os lo cuente, sí o no?..

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