Se Volvió

Por Adrián González Villanueva. Seminarista. Seminario San Froilán de León.

¿Alguna vez os imagináis a Dios mirándonos desde el cielo? ¿Alguna vez pensáis qué pensará Cristo al mirarnos (desde la cruz)?

Personalmente, cuando medito las lecturas que la liturgia de la Iglesia nos propone este domingo, me viene a la mente la imagen de un Dios que se pregunta un tanto sorprendido: “¿Nadie más? ¿Ninguno regresa a darme gloria más que este extranjero?”. Y, después de imaginarme así a Dios, imagino que me dirige a mí su mirada y su pregunta.

Esta es la pregunta con que la Palabra nos interpela hoy a todos. Adentrémonos en ella dando tres pasos o desde tres perspectivas.

Paso/perspectiva 1: “¿Nadie más que este extranjero?”

Naamán y el leproso samaritano son extranjeros. En el salmo hemos cantado: “El Señor revela a las naciones su justicia”. Las lecturas de hoy no sólo nos recuerdan que Dios es el Dios Único, Uno y Trino, el Dios de todos, sino también el Dios para todos y el “Dios con nosotros”, con todos nosotros. Dios quiere que su victoria, su salvación llegue a los confines de la tierra, a todos los hombres y mujeres de nuestro mundo.

Nos viene muy bien recordar esto cuando estamos en pleno Mes Misionero Extraordinario, pues el celo misionero ha de enraizarse en la voluntad de Dios –que quiere que todos los hombres se salven– y sintonizar con ella. De esto hay pocos ejemplos mejores que la confesión que hoy nos hace llegar san Pablo: “por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación y la gloria eterna en Cristo Jesús”. San Pablo, muy consciente de que para el cristiano “no hay judío ni griego”, se dirigió sin dudar a los extranjeros.

En este paso/perspectiva nos podemos preguntar: ¿Cuál es mi actitud hacia los extranjeros? ¿Cómo les miro: como Dios o como los hombres? (https://www.caritas.es/exposicion/) ¿Qué me mueve a hablar de Jesús? ¿Cuánto soy capaz de aguantar para que la salvación y la gloria lleguen a otros? ¿Por qué no siento ganas de llevar el mensaje de Jesús a quien no lo conoce o a quien lo ha abandonado? ¿Cómo apoyo a quien sí lo hace?

Paso/perspectiva 2: “Quedaron limpios”

Once leprosos son sanados por la intervención de Dios. Tanto de Naamán como de los diez leprosos, se nos dice expresamente que “quedaron limpios”. La lepra es una enfermedad terrible: destruye nuestro cuerpo y nuestra imagen y nos separa de los demás. Es una buena imagen de la peor enfermedad –no biológica– que existe y que todos sufrimos: el pecado. El pecado, aunque no sea visible como la lepra, nos impide crecer, nos disminuye e incluso nos destruye como personas.

Naamán y los leprosos necesitaban sanación. Nosotros también. Naamán y los leprosos alcanzaron la sanación. También nosotros podemos encontrarla. Mejor dicho: la sanación está esperándonos. Es curioso que el dato más fundamental de nuestra fe es el que con más facilidad olvidamos o el que menos valoramos: Dios nos ama y, por ello, Jesucristo murió para el perdón de nuestros pecados. La sanación nos espera en el sacramento de la Confesión. Vayamos hasta el Señor, como Naamán y los leprosos, reconociendo nuestra enfermedad y reconociendo que sólo él puede sanarnos; gritémosle: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros” y obedezcamos sus indicaciones.

Este paso/perspectiva 2, nos puede llevar a preguntarnos: ¿Cuál es la lepra de la que necesito sanarme? ¿Cómo vivo el sacramento de la Confesión? ¿Por qué no me confieso?

Paso/perspectiva 3: Regresar para dar gloria a Dios.

Naamán y el leproso samaritano, además de extranjeros y leprosos, son un ejemplo para nosotros. ¿Por qué pide Naamán “tierra del país” y el samaritano regresa a dar gracias a Jesús? Porque los dos llegaron muy lejos en el camino de la fe. No se conformaron con reconocerse necesitados de sanación, que ya es difícil. Tampoco se quedaron en reconocer que sólo la podían recibir de Dios, que tampoco es fácil. Ni siquiera se limitó su fe a suplicar a Dios que les concediera la sanación; incluso llegaron al difícil punto de obedecer sus indicaciones para conseguirla. Pero no se detuvieron ahí. No se conformaron con conseguir lo que querían. No se quedaron en una fe interesada. Avanzaron un paso más en la fe: llegaron a la fe agradecida.

Naamán y el samaritano fueron capaces de descubrir las maravillas que Nuestro Señor obró en sus vidas. “Los otros nueve, ¿dónde están?” Quizás están con nosotros creyendo que tenemos derecho a nuestra vida cómoda, a nuestra comida abundante, a nuestra ropa de calidad, variada y bonita,… sin darnos cuenta de que son regalos de Dios, sin reconocer las maravillas que el Señor ha obrado en nuestra vida, sin saber apreciar todas las cosas que tenemos y disfrutamos, especialmente las más pequeñas, las menos importantes, las que nuestro buen Padre regala a todos. Quizás están con nosotros, quizás estamos con ellos…

Hoy tenemos que preguntarnos: ¿Cómo es mi fe? ¿De qué tipo es mi fe? ¿En qué etapa del camino estoy yo? ¿Qué hago con mi fe? ¿Qué siento hacia el don de la fe? ¿Qué maravillas ha hecho Dios en mi vida? ¿Por qué no creo que todavía puede hacer maravillas en mi vida y con mi vida? ¿Qué hago cuando, tras la Confesión, “mi carne vuelve a ser como la de un niño pequeño”?

Para terminar volvamos a la imagen de ese Dios que miraba y se preguntaba sorprendido… Sorprendido, pero no desilusionado ni decepcionado porque, antes de creer y confiar nosotros en él, él cree y confía en nosotros. Él nos ha amado primero, está esperando que le respondamos, que le pidamos que aumente nuestra fe y regresemos a él para darle gracias y alabarle.

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