
Por la Hna. Mª Gloria del Espíritu Santo
En este Domingo, las lecturas nos hablan de la ORACIÓN. Nos preguntamos: ¿Qué es orar? ¿Cómo orar? Nuestra Santa Madre, Teresa de Jesús, nos responde: “Orar es tratar de Amistad, estando muchas veces tratando, a solas, con quien sabemos nos ama”.
Si, Orar es trato de Amistad con Dios, es relación de intimidad, de familiaridad, de confianza, de amor.
Sabemos que Moisés era amigo de Dios, y Dios lo trataba como a un amigo, pues le hablaba cara a cara, le comunicaba sus deseos y sus proyectos, y le confió una gran misión con la confianza de un Amigo, que se fía de él, porque era el hombre más humilde que había en la tierra…
Dios le confió una misión difícil: sacar a su pueblo de la esclavitud de Egipto, y llevarlo a la Tierra Prometida. Aunque Moisés decía que era “tartamudo”, que no sabía hablar y se sentía sin fuerzas para realizar esa misión, siente que Dios le envía, y se abandona en las fuerza de ese Dios que le ha hablado en la Montaña.
Después de salir de Egipto y de la Alianza en el Sinaí, el pueblo de Israel camina por el desierto en medio de dificultades, pero Dios está en medio de ellos; se hace presente en la “nube”, de día y en la “columna de fuego”, de noche; les da carne de codornices para comer, agua de la roca para beber, y el maná, como pan cotidiano. Dios es el Señor en medio de su pueblo, es el Dios fiel, que mantiene su promesa y su amor, a pesar de las infidelidades de Israel. Dios es fiel a Moisés, el hombre paciente, que carga a su pueblo, sobre sus hombros, como una madre lleva en brazos a sus hijos. Moisés, el amigo de Dios, que habla con Él, que intercede ante Él por sus hermanos. Moisés, el hombre de la Alianza, profeta y mediador, aparece en la 1ª lectura de hoy con un gesto orante y humilde: con los brazos levantados y con el bastón en la mano, suplicando el poder de Dios frente a los enemigos. Los Amalecitas se oponen al avance del pueblo hacia la Tierra prometida, pero ellos confían en el Señor de la Alianza. La actitud de Moisés sobre la colina manifiesta una gran confianza: una súplica y, a la vez, una certeza en la victoria.
Moisés aparece aquí como una figura profética de Cristo. Jesús, el Señor, es el SALVADOR del mundo, que lucha contra los poderes del mal, en el caminar de la humanidad hacia el Reino. También la vida de la Iglesia y la vida personal del cristiano, son un avance hacia una meta prometida. En este camino de progreso espiritual hay enemigos, hostilidades, dificultades, que intentan impedir el camino, y que es necesario vencer. En esos momentos, tenemos que recordar que Cristo está a nuestro lado con su poder salvador, que Él nos contempla desde el Monte del Padre, como dice el Papa Benedicto, e intercede por nosotros .Sus brazos extendidos sobre la Cruz difunden una fuerza victoriosa, infinitamente superior a la que emanaba de los brazos de Moisés. A nivel personal, ¡miremos a Cristo en la Cruz, o glorioso junto al Padre!, y ¡nada podemos temer!…
También la Iglesia está zarandeada por luchas, dificultades y sufrimientos, pero, cualesquiera que sean esas tribulaciones, sabemos que Cristo, su Cabeza, ha vencido el mal. La Iglesia navega, firme y segura, sobre las olas encrespadas y tempestuosas de este mundo; camina con paz, seguridad, fortaleza y alegría, porque el Señor la ve, sale a su encuentro en medio de la noche, camina a su lado, y la conduce al puerto seguro de la salvación.
Moisés orando en el Monte, nos recuerda también la misión de la Iglesia, que ora e intercede por los que luchan, trabajan y se esfuerzan por anunciar el Reino de Dios, y dar a conocer a Cristo y su Evangelio. Se trata de sostener el esfuerzo de los que están llamados a la “acción” misionera y evangelizadora.
La Iglesia, mientras camina por este mundo, realiza su misión apostólica de dos maneras: por su acción exterior, visible; y por su acción interior, invisible. Las dos no son realidades aisladas, sino que se potencian mutuamente, como decía Nuestra Santa Madre: “Marta y María han de ir juntas”. La vocación contemplativa, con su oración, con la escucha de la Palabra y con su intercesión, es muy necesaria para la eficacia de las personas que se entregan a la acción; el sacrificio y la ofrenda de su vida es indispensable para que el apóstol militante no se disperse en medio de sus actividades apostólicas.
Decía Sta. Teresita, después de encontrar su puesto en la Iglesia:”En el Corazón de la Iglesia, mi madre, yo seré el Amor…y, ¿Cómo mostraré mi amor? ¡Arrojando flores!, es decir, no dejando escapar ningún pequeño sacrificio, ni una sola mirada, ni una sola palabra, aprovechando hasta las más pequeñas cosas y haciéndolas por amor…Quiero sufrir por amor, y hasta gozar por amor. Así arrojaré flores delante del trono de Dios… Además, al arrojar mis flores cantaré, aún cuando tenga que coger las flores entre las espinas…”
“¿Y de qué servirán mis flores y mis cantos…?. Sí, lo sé muy bien: esa lluvia perfumada, esos pétalos frágiles y sin valor alguno, esos cánticos de amor fascinarán a Jesús y harán sonreír a la Iglesia triunfante, que recogerá mis flores deshojadas, las pasará por las divinas manos de Jesús, y luego las arrojará sobre la Iglesia sufriente para apagar sus llamas, y las arrojará también sobre la Iglesia militante para hacerle alcanzar la victoria…” (Ms B 4v)
En el Evangelio, San Lucas nos habla de la Oración, insistiendo en la necesidad de orar con perseverancia, pues la oración requiere reciedumbre de espíritu. Para ello, se sirve de una parábola muy iluminadora. Describe unos personajes: por una parte, el juez inicuo, un hombre inaccesible a los sentimientos humanos; y una viuda, que pide insistentemente que el juez le haga justicia. El hombre inicuo escucha a la viuda, aunque tardíamente, para conservar, de forma egoísta, su tranquilidad…
Jesús, se pregunta, “y Dios, que es infinitamente “BUENO”, ¿no escuchará inmediatamente la súplica de sus hijos, que le gritan día y noche? ¿O les dará largas? y el mismo Jesús responde: ”Os digo que les hará justicia sin tardar”.
San Mateo pone en boca de Jesús esta palabra: ”pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; pues todo el que pide recibe, el que busca encuentra, y al que llama se le abre. ¿ Quién de vosotros si su hijo le pide un pan le da una piedra?; o también, si le pide un pez, ¿ le dará una culebra?. Si, pues, vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos , ¡cuánto más vuestro Padre , que está en los cielos, dará cosas buenas a los que le piden!”(Mt 7,11).
Dios , es tan bueno, tan paciente y misericordioso, que quiere el bien de sus hijos, desea y busca su felicidad. Nos decimos: “Nosotros creemos en la palabra de Jesús, pero no vemos que nos conceda inmediatamente lo que pedimos. ¿Por qué? Aquí se nos plantean dos cuestiones:
_ El plazo que Dios toma para responder a nuestra oración.
_¿qué quiere decir oración escuchada?
Jesús dice que Dios Padre escucha siempre nuestras súplicas, pero nosotros somos seres que vivimos dentro de los límites del tiempo, y que lo medimos en horas y en días, en el hoy y en el mañana. Queremos que nuestra súplica y nuestro deseo se cumpla “hoy”, y nos impacientamos ante cualquier “mañana” desconocido…
Pero Dios nos ve más allá de estos límites del tiempo, nos escucha, teniendo en cuenta las perspectivas de nuestro destino final, pleno, feliz. Nos da todo lo que necesitamos, y lo que le pedimos, pues Él sabe por adelantado, y mejor que nosotros, lo que nos hace falta. Dios, Nuestro Padre, es generoso y siempre está pronto para conceder con largueza todo lo que necesitamos. Pero Él nos ha hecho libres y no nos impone sus dones, quiere que se los pidamos, así corresponde a los deseos que hemos manifestado voluntariamente, y su generosidad va más allá de nuestra súplica.
Debemos orar siempre y en toda circunstancia, con confianza y perseverancia. El deseo experimentado y manifestado, la súplica repetida sin cesar, ensancha la capacidad de ntro. corazón para recibir. La oración nos ablanda, nos atraviesa, nos penetra, y nos dispone para recibir los dones de Dios, pues la Bondad infinita, requiere corazones profundos…
Cuando veamos que el Señor tarda en concedernos sus dones, podemos preguntarnos: ¿no será que Él no quiere solo darnos ”cosas”, sino que pretende darse a Sí mismo?. En el Evangelio de Lucas, paralelo al de Mateo, dice Jesús: “Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan? (Lc 11, 13)
Sí , el Padre no niega nunca este Don, porque es el AMOR DE DIOS derramado en nuestros corazones, ¡el mayor Don que podemos desear y pedir!, y ¡el mayor Don que el Padre y el Hijo pueden darnos! Teniendo el Espíritu Santo ,¡lo tenemos todo! ¡La VIDA DE DIOS en nosotros! ¿podemos desear algo mejor, algo más grande?
Con Moisés, nos ponemos ante el Padre,
para implorar el Don del Espíritu Santo:
Padre Santo,en el Nombre de Jesús
y por amor a Jesús,
derrama tu Espíritu sobre la Iglesia y el mundo.
Llena el corazón de todos los hombres
de su Luz y de la Fuerza de su Amor,
para que se renueve la faz de la Tierra
y Tú seas conocido y amado por todos tus hijos.
AMÉN
¡Feliz Domingo para todos!
Gracias M. Gloria. Precioso comentario.