
Por D. José Luis García y García. Sacerdote. Diócesis de León
Este último domingo del mes de octubre presenta varios elementos que nos ayudan a vivirlo en profundidad.
- Por un lado, las lecturas que nos ofrece la Sagrada Liturgia.
- Por otro lado, el encontrarnos todavía en el mes misionero extraordinario que desde Roma se nos ha invitado a vivir.
- Asimismo, se celebra este último domingo de octubre, mes del Rosario, el llamado Rosario de la Aurora.
Nosotros queremos tener presentes estos tres elementos: la Palabra que nos lleva a ser Misioneros de la mano de María.
La Palabra de Dios que se nos proclama este domingo XXX del Tiempo Ordinario, ciclo “C” nos dirige la mirada a contemplar a nuestro Señor y Dios. Nos invita a contemplar el corazón misericordioso de Jesús.
En la primera lectura, tomada del libro del Eclesiástico, destacan una serie de palabras que nos muestra cómo es Dios, cómo es su corazón:
Escucha, no desoye, no es parcial… ¡¡¡NUESTRO DIOS ESTÁ SIEMPRE ATENTO!!!
El Señor atiende a quien se dirige a Él en su pobreza, necesidad, pequeñez… ¡¡¡DIOS ATIENDE Y HACE JUSTICIA A LOS POBRES, HUÉRFANOS Y VIUDAS, OPRIMIDOS!!!
Así se nos muestra nuestro Dios, como el que atiende al necesitado. Dios se nos muestra como el que se deja vencer por el pobre y necesitado.
El oprimido, excluido, pobre sabe que su Dios le atiende.
Destaca, asimismo, una frase preciosa que queremos grabar en nuestro corazón: “Los gritos del pobre atraviesan las nubes” Los gritos del pobre son constantes hasta que Dios los atiende.
Recibimos una llamada a ser constantes en nuestra súplica. Una llamada a ser parte de esos “anawin” pobres y sencillos que todo lo esperan de Dios.
Así se sintió María. Así se veía a sí misma, como la pobre y humilde sierva a quien Dios atendía siempre… ¡¡¡ASÍ NOS QUEREMOS SENTIR NOSOTROS ANTE NUESTRO DIOS!!!
Esta experiencia fundante del creyente, se transforma en una alabanza jubilosa en el salmo, con él nos identificamos al decir: “Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias. El Señor está cerca de los atribulados, salva a los abatidos.
El Señor redime a sus siervos…“
Este salmo sintetiza la relación amorosa entre Dios y el creyente: El creyente en su necesidad se acerca confiado a un Dios que está cercano; un Dios que escucha; un Dios que libra, salva y redime…
Así es nuestra fe… ¡¡¡RELACIÓN AMOROSA CON EL DIOS CERCANO!!!
En la segunda lectura, se nos presenta el testimonio de un gran creyente que vive en sus propias carnes esta relación entre Dios y el hombre. El mismo San Pablo nos dice de sí mismo: “El Señor me ayudó y me dio fuerzas para anunciar íntegro el mensaje, de modo que lo oyeran todos los gentiles. El me libró de la boca del león. El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo.¡A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén!”
San Pablo reconoce cómo Dios le ayuda y le da fuerza. Cómo Dios lo libra de todo mal. Cómo Dios lo va a llevar al Cielo. Desde estas experiencias personales, surgen en el Apóstol dos compromisos vitales, compromisos de los que vivirás siempre.
Por un lado su ser misionero, testigo del mensaje del Evangelio entre toda persona. Es la consecuencia inmediata para todo creyente: cuando uno experimenta la ternura amorosa de Dios, esa experiencia le convierte en testigo. Si Dios ha tocado mi vida, no puedo no contarlo a los demás.
Este ser nuestro testigos y misioneros, resuena de forma especial en este final del mes de Octubre, mes misionero extraordinario… ¡¡¡SEAMOS NOSOTROS MISIONEROS, TESTIGOS DE LAS MARAVILLAS QUE DIOS HA HECHO EN NOSOTROS!!!
Como María, proclamemos ante el mundo que “El Señor también ha hecho en nosotros maravillas“
Por otro lado, San Pablo hace consciente su experiencia, convertida en misión, mediante la alabanza: “¡A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén!”
Así, todo creyente fundamenta su experiencia con Dios en la oración. Es más, sin oración, no puede darse esa relación amorosa entre Dios y el hombre. La primacía siempre es para la oración, ya que sólo por ella, se puede profundizar la relación con Dios. Luego, esa oración, esa experiencia, se transmite a todos…
Somos llamados todos, consagrados, sacerdotes, cristianos laicos, a ser personas de profunda oración que nos convierta en comprometidos misioneros en nuestros ambientes o en la misión “Ad gentes“.
Finalmente, llegamos al Santo Evangelio, siempre culmen de todas las lecturas que se proclaman en la celebración dominical.
Se nos narra en la perícopa de este domingo, la conocida parábola del fariseo y el publicano.
Lo primero, ¿para quién dice Jesús esta parábola? ¿A quién va dirigida?
Solemos pensar que es dicha para fulanito o menganita… pues no… Esta parábola la dice Jesús por nosotros, por ti y por mí.
En cada creyente están siempre presentes los protagonistas de la historia que nos narra Jesús. Él dice a quienes va dirigida: “A algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás, dijo Jesús esta parábola…”
Ese que se cree tan justo, tan seguro de sí. Ese que desprecia a otros… ¡¡¡ESE ERES TÚ. ESE SOY YO!!!
Acojamos la parábola como dicha para mí. Reconozcamos que en mí, en cada uno de nosotros, viven el fariseo y el publicano de la parábola…
Somos como el fariseo cuando pensamos que todo el avance en nuestra vida espiritual depende de nuestros compromisos; depende de nuestra voluntad; depende de nosotros… ¡¡¡NADA MÁS LEJOS DE LA REALIDAD!!!
Somos verdaderos fariseos cuando decimos o pensamos en nuestro corazón: “Yo no tengo graves pecados, yo soy bueno…“
Somos gemelos del fariseo cuando juzgamos con dureza a los hermanos… ¡¡¡Y TANTAS VECES LO HACEMOS!!!
Cuando nos comparamos con los otros y nos decimos ufanos: “Yo soy mejor“
Asimismo, es justo y necesario decirlo, también somos como el publicano.
Somos tan pecadores, o más, que el publicano, que era un ladrón.
Somos como el publicano cuando sincera y humildemente reconocemos nuestros pecados y los confesamos, como hizo aquél dándose golpes de pecho.
Cuando reconocemos la presencia de ambos personajes en nosotros, estamos en el camino correcto.
Camino que tiene varios elementos.
Nos dice el texto: ” Dos hombres subieron al templo a orar…”
Es en un ambiente de oración , de cercanía con Dios, cuando podemos ser conscientes de quienes somos nosotros; conscientes de las fuerzas que habitan en nosotros; conscientes de Quien es nuestro Dios.
Vuelve el Evangelio a llamarnos a la oración, a subir al lugar donde habita Dios. Nos llama a ir al Santísimo Sacramento, donde está Dios…
En ese proceso oracional, vamos siendo conscientes de nuestra pequeñez, de nuestra falsa altivez, de nuestra vana- gloria. Asimismo, nos hacemos conscientes de la gran necesidad que tenemos, necesidad vital absoluta, de Dios…
En ese proceso, Dios hace lo suyo. ¿Qué?
Nuestra conversión. Dice el texto: “bajó a su casa justificado”
Esa justificación, que es reconciliación con Dios, que es encaminarse por la salvación, es la que nos hace personas nuevas, personas entusiasmadas (literalmente “metidas en Dios“), personas comprometidas, personas testigos de las maravillas que ha hecho Dios en ellas…
Para terminar, la clave de todas las lecturas. Para poder vivir todo lo expuesto, hay un primer paso imprescindible: la humildad.
Es la humildad la que nos hace acercarnos a Dios. La humildad la que abre nuestros labios y corazón para reconocer la propia pequeñez y pecado y la grandeza infinita y amorosa de Dios. La humildad la que nunca juzga a nadie. La humildad la que convierte pecadores (nosotros) en testigos (nosotros también).
La humildad, finalmente, que nos identifica con quien la vivió en plenitud: Nuestra Señora.
Que Ella, la Bienaventurada Virgen María nos acompañe de su mano hasta Cristo el Señor que transforma nuestro pecado en salvación…
Interesante reflexión Padre José Antonio. Gracias.