
Por Jaime López-Riobóo Zárate. Seminarista. Seminario de Madrid.
Llegamos con alegría al IV domingo de Adviento, después de haber recorrido en comunión con toda la Iglesia este precioso tiempo en el que la Palabra de Dios y la liturgia han ido preparándonos para el misterio del nacimiento de Jesús que celebraremos el día de Navidad.
La primera parte del Adviento ha tenido un sentido más escatológico, es decir, que la liturgia nos ha invitado a fijar nuestra atención en la última venida de Cristo al final de los tiempos, en la que Él “Señor y Juez de la historia, aparecerá revestido de poder y de gloria, sobre las nubes del cielo” (Prefacio III de Adviento).
Ahora, desde el día 17 de diciembre, nos preparamos con más énfasis para celebrar su venida en la carne, es decir, el misterio de su nacimiento. Se nos invita ahora a maravillarnos de cómo en el seno de María “ha germinado aquel que nos nutre con el pan de los ángeles” (Prefacio IV de Adviento).
La Palabra de este domingo pone ante nuestros el nacimiento de Jesús ya inminente. Quisiera hoy que, a través de la Palabra, pusiéramos nuestros ojos en los tres protagonistas de Belén: Jesús, María y José:
Jesús: “Va a entrar el Señor, él es el Rey de la gloria” se nos anuncia en el salmo. Así va a suceder, en apenas unos días: Jesús, el Rey de la gloria, va a entrar en nuestro mundo para salvarnos del pecado y de la muerte y mostrarnos su amor, su gloria y su verdad. En la pobreza del portal del Belén Él va a nacer mostrándonos así que la humildad es el camino que nos conduce al cielo. ¿Cómo no maravillarnos ante esto que va a suceder? ¿Cómo no esperar con ansia a que nazca el Niño? ¿Cómo no desear ir a adorarle al portal de Belén con los pastores? ¿Cómo no gritar ‘ven Señor Jesús’? Vamos a prepararnos.
María: “Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel” escuchamos en la primera lectura del libro de Isaías y en el evangelio de san Mateo, pues esta profecía se cumple plenamente en María y en Jesús. ¡Sí! La Virgen está embarazada y está a punto de dar a luz un hijo, al Emmanuel, ¡Dios con nosotros!
María ha confiado plenamente en la promesa de Dios y Él la ha cumplido. En ella vemos un claro ejemplo de que Dios es fiel y siempre cumple lo que nos promete. Vivamos con confianza en el Señor este final de Adviento y toda nuestra vida, pues María nos muestra que Dios va a cumplir en nosotros todo lo que nos ha asegurado.
José: es verdaderamente una maravilla contemplar cómo actúa José en esta página del evangelio que hoy la Iglesia nos propone. Vamos a detenernos un poco más en ella:
José y María estaban desposados pero aún no convivían y resulta que María espera un hijo por obra del Espíritu Santo. José, porque es justo y para no difamar a María decide “repudiarla en privado”. Que José sea justo quiere decir que es observante de la ley, por ello lo normal hubiera sido que él entregara a María para que fuera apedreada, a pesar de que no dudara de su inocencia. Pero vemos que actúa con una justicia superior y decide no dejarla en evidencia. ¡Qué corazón el de José!
Después de tomar esta decisión, el ángel del Señor se le aparece y le dice: “José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”.
¿Qué hace ahora José?: confiar y obedecer.
En José podemos vernos reflejados también nosotros. Ante este mensaje de Dios, él responde obedeciendo y acogiendo a María.
Nosotros podemos pasar también situaciones de oscuridad o dificultad en las que como José, no entendamos muy bien lo que sucede o no veamos con mucha claridad qué es lo que Dios quiere, pero el Señor nos invita a hacer como el santo, que confía en el plan de Dios y acoge a María.
Pero este acoger a María implica acoger a Jesús y acoger a Jesús es aceptar su salvación, pues Jesús es aquel que salva a su pueblo de los pecados.
José no sólo fue el primero en acoger a Jesús sino que acogiéndolo a Él, acogió su salvación con humildad y docilidad. ¡Vivamos así también nosotros! Al final de este Adviento abramos el corazón y pidamos a Jesús que nos conceda esperarle con el asombro de la Virgen Madre que está expectante ante la maravilla que va a suceder en la cueva de Belén y pidámosle también acogerle como José. Sólo así nuestra Navidad será verdaderamente santa y feliz.