TERESA, MÍSTICA Y MAESTRA- IV
Conectando con lo expuesto hasta aquí, es justo reconocer que las mercedes y dádivas divinas nunca se retrasan porque JESÚS jamás se deja ganar en generosidad. Al fin y al cabo mi trabajo es para ÉL, sólo por ÉL. Que aun siendo de poca fe asombra descubrir que sus Regalos llegan porque su Amor ni se esconde ni se agota. Es así que tuve el consuelo de ver prodigarse estas canciones también en Europa y América, hasta en lugares insospechados gracias a pedidos de medio mundo a través de las nuevas tecnologías, llevándose ésta vez la palma para mi asombro Corea del Sur, donde la comunidad católica es más que boyante y su devoción por España y lo que aquí hacemos me quedó bien patente. Más, de entre todos ellos, tanto del suelo patrio, del otro lado del Charco y de más allá del Mare Nostrum que me reclamaban una palabra a sus requiebros, descubrí en muchos un serio problema de unidad doctrinal y pastoral. Si es cierto que hasta “entre los pucheros anda el Señor”, no menos es que desde los entornos más castizos y desde los ambientes más nobles me llegaban platos sabrosos (e insípidos, que de todo hubo) en forma de testimonios de almas harto hambrientas de alimentos divinos, apuradas en leer, más allá de la música, el mensaje de amor y paz que La Humanidad de JESÚS derramaba, de labios de Teresa, en sus corazones poco avezados en cuestiones elevadas. Y si bien los había letrados de mesura que me iluminaron en más de una cuestión, otros hubo que más les valiera haber guardado silencio si no sabían bien de qué Tratados trataban, que si no fuera por las lecciones y enseñanzas que aprendí de tantos y tan ilustres carmelitas varias de aquellas misivas me hubiesen parecido más cosa de alumbrados que de auténticos espirituales, ¡válgame Dios!, que a muchos aún nos cuesta creer que ante el desconocimiento el silencio es buen consejero.
Permitid que me explaye en este segundo grupo de almas que me abordaban, para que en viendo dónde está el mal hallemos mejor el remedio. En verdad son muy preocupantes los tiempos que vivimos en lo que a fe y doctrina se refiere. Porque hay quien no se arredra por nada, que a muchas de estas almas, y sospecho que es algo que se va generalizando, les parecía cosa muy normal lo que ni siquiera es medio normal, a saber: la equiparación de la teología y praxis cristiana con las filosofías y formas orientales, confundiendo la Oración Teresiana con prácticas que en realidad nada tienen que ver con ella. Porque, ¿dónde queda La Humanidad de Cristo en todo eso?. Él es lo que marca la diferencia, ¡y qué diferencia!. Por experiencia conocí que esto es así en un Encuentro de Religiones y Filosofías de Vida al que estuve invitado con un amigo durante un fin de semana. Allí se profundizaba en dichas prácticas en un intento de conciliar las distintas corrientes espirituales de oriente con la mística cristiana. Al ver aquello enseguida me pregunté: “Donde la divinidad es ‘ausente’ ¿qué conciliación cabe más allá de una cordial amistad?”. Pese a que algún que otro invitado tuvo la deferencia de iniciar su intervención con una breve alusión a Juan y Teresa, “la paz sea con ellos” decían, pronto en sus discursos nuestros santos quedaban relegados a un segundo plano haciéndonos sentir como convidados de piedra en un ambiente donde casi proliferaba de todo menos lo cristiano. Éramos como dos extraños en casa de nadie, testigos mudos de un curioso entorno que para nosotros no pasaba de ser un mero espectáculo cultural. Así todo, pude observar tras las conferencias a un grupito de monjas africanas sorprendidas de haber sido invitadas a participar activamente en el ritual de la segunda noche, a lo que se negaron rotundamente, es más, ni siquiera se quedaron a verlo. Llegado el momento, una consecución de ciertas prácticas judías, cristianas, musulmanas, hindúes, budistas… iban sucediéndose a la vista de todos. Severo en su apreciación fue también mi acompañante que con cara de póker contemplaba la rareza de ver a muchos del grupo de cristianos intentar la danza del cerviche junto a los demás. Pero más estrafalario aún le parecía verles entonar mantras y contornearse con acusada sensualidad al son del sitár, por lo que me espetó sin miramientos: “Por más que nos vendan la moto… Si esto es oración yo soy torero. Náa, ya he visto suficiente. Me largo de aquí”. Dicho y hecho. En cuanto a mí, tenía curiosidad por ver cómo terminaba aquello y aunque me integré con bastante interés en las explicaciones del representante judío mi decepción respecto al resto de prácticas iba en aumento y al cabo de una hora decidí irme a dormir. Al día siguiente ni siquiera quedamos a la clausura. Los músicos nos fuimos con la música a otra parte, nunca mejor dicho. Podía entender, hasta cierto punto, que entre la mística cristiana del Castillo y del Cántico, la mansión-fortaleza del sufismo y el palacio interior del Zohar hubiese posibles concomitancias, pero una plena identificación… no sé, me parecía mucho decir. No digo ya la pretendida y muy forzada similitud con las prácticas del budismo, del taoísmo y del resto de filosofías orientales, algunas de ellas ya muy arraigadas en Occidente. Ninguno de aquellos invitados tenía la misma visión de la Historia de nuestros Credos y varias de sus opiniones eran bastante fuertes, por no decir claramente irrespetuosas. Ni tenían lo que se dice exactamente la misma concepción de metafísica, realidad, trascendencia, del todo y la nada, Fe, Divinidad… Aquello no pasaba de ser un encuentro de amiguetes para escuchar unas pocas conferencias, danzar un rato, vender libros, hacer proselitismo entre bambalinas y tomar chocolate a la salida, un buen apretón de manos y adiós. Por eso, este empeño por equiparar la escuela de Teresa con las añejas tradiciones orientales me parecía forzado, una vana ilusión de almas sedientas por probarlo todo y con el consiguiente peligro de quedarse en nada. Y así, un tanto desnortadas y con una suerte de mixtura entre lo delirante y lo patético, mezclaban churras con merinas sin pudor alguno, allanándole el camino a las fábulas y mitos que se alejan del Amor personificado en JESÚS, logrando así “el enemigo de las almas” apartarlas de la verdadera oración que es “tratar a solas muchas veces con quien sabemos nos ama”. Porque a “ése” no le importa tanto que hagamos estas o aquellas prácticas, sino que entretenidos en ellas no tratemos con Quien sabemos que nos ama. Que la Santa en todas sus obras habla de Uno, que es Cristo y Cristo humanado. Cartas, Poemas, Conceptos del Amor de Dios, Camino de Perfección… en ellas habla claramente con Alguien, no con algo. Y servidor ha intentado reflejar en el disco lo mejor posible este pilar fundamental del camino teresiano. Pero aún he de tratar un poco más ampliamente acerca de esta confusión que todo lo invade y que es menester abordar para entender que no hay menosprecio de lo que queda más allá por pensar, ser, vivir y defender nuestra condición de carmelitanos, en la Iglesia Católica, heredera y salvaguarda de la Fe en Jesucristo.