25 Años de Cielo de Nuestra Fundadora

Hoy se cumplen los 25 años de la partida al Cielo de Nuestra Fundadora, Madre María Consuelo, por ello, para que podáis acercaros a ella os compartimos la carta de edificación que se redactó en aquella ocasión:

J.M. + J.T.

Hna. María Consuelo de Jesús Crucificado, C. D.

(7 de agosto de 1920 – 24 de enero de 1995)

Nuestra Santísima Madre del Carmelo, en el día en que hace años se celebraba su fiesta como Nuestra Señora de la Paz, 24 de enero de este año de gracia de 1995, vino a buscar a Nuestra queridísima Hna. María Consuelo de Jesús Crucificado, después de largos años de espera por su parte, y de intensa purificación.

Respondiendo a la petición que nos ha hecho el P. Evaristo Renedo, Secretario Provincial, para que le enviemos una nota necrológica para “Nuestra Paz”, queremos compartir con todos nuestros Hermanos y Hermanas de la Provincia el testamento espiritual y las impresiones que nos ha dejado nuestra Hermana.

Ella no quería que escribiéramos  su carta de edificación; se verán en sus palabras las razones que le parecía tener para pedírnoslo.  Sentimos que no podemos dejar de decir algo de lo que somos testigos: de su vida de entrega  a Dios, a la Iglesia, a la Orden, a la Comunidad, al mundo. Por eso nos decidimos a compartirlo.

Nació en Monterrubio de la Sierra, Salamanca, el día 7 de agosto de 1920, en una familia ejemplar y cristiana. A los cuatro años perdió a si madre. Era la segunda de  tres hermanos: Luis, el mayor, y Clarita, dos años menor que nuestra Hna. María Consuelo, cuyo nombre de pila fue María del Carmen.

Inteligentísima, fue alumna en Salamanca de la Institución Teresiana. Allí conoció al Bto. Pedro Poveda y a María Josefa Segovia, de quienes guardó siempre un recuerdo gratísimo. Estudió Bachillerato y, siendo alumna de Magisterio, vino a León al terminar la Guerra Civil. Posteriormente estudió Químicas en la Universidad de Santiago de Compostela.

Entró en el Carmelo de Ciudad Rodrigo (Salamanca) el 9 de Enero de 1943, que aquel año era la Fiesta de la Sagrada Familia, titular del Convento. Vistió el hábito de la Virgen el 16 de julio del mismo año, Solemnidad de Nuestra Santísima Madre del Carmelo,  hizo su primera Profesión el día de la Asunción de María del año siguiente (1944) y, a los tres años, en la misma fecha, emitió la Profesión Solemne. Esta coincidencia de fechas marianas en su vida ha sido una constante y nos permite hablar de que la Virgen llenaba toda su vida.

El pasado 15 de agosto celebramos con gran gozo sus Bodas de Oro de Profesión aunque ella, por su humildad, no quería fiesta externa, porque todo lo quería referir a la Santísima Virgen.

Antes de decir lo que fue para nosotras la Hna. María Consuelo, vamos a transcribir unos párrafos suyos, que escribió hace cuatro años para ser leídos a su muerte, y que encontramos en un sobre cerrado que decía: “abrir este sobre cuando yo me muera y me vaya al Padre”. Copiamos textualmente:

“Quiero con estas palabras ratificar mi entrega como hija y esclava de amor a Ntra. Stma. Madre del Carmen en esta su Orden. Me uno a todas cuando digan cada día el Magnificat en Vísperas. Yo lo diré por todas, al mismo tiempo, en el Cielo donde, confiando en su misericordia y la infinita de Dios Padre, espero llegar un día. También me uno a todas cuando renueven el «Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso». No sabemos dónde ni cuándo moriremos pero, si es que hacen oración junto a mi cuerpo muerto, me gustaría que recitaran por mí este acto de ofrecimiento como víctima de holocausto al Amor Misericordioso, para que el Fuego del Amor consuma mis pecados, sea aquí o en el purgatorio (donde ya no se merece, pero como lo hacen aquí por mí, espero me valga). Todo, ya saben, puesto en manos de Ianua Caeli”.

“Como pueden comprender, si en algún caso se puede pedir no escriban carta de edificación, es mi caso. Ya saben que no soy nada humilde, por lo tanto hay razones.

1ª razón: Tengo que pedirles perdón de todo corazón por tantos malos ejemplos que les he dado. Les doy las gracias de todo corazón, y la Stma. Virgen, Nuestra Madre, les pagará todas mis deudas. Escribir carta de edificación, yo no soy quién para decir que lo quiten a otras, porque hay muchas aquí y de otros conventos muy santas. Pero ese no es mi caso, sino muy al revés. A mí no me la escriban. Ante las criaturas (no tengo que demostrarlo, pues lo han visto con sus propios ojos), he cometido muchos pecados y fallos, y Dios lo sabe. Los he procurado arrojar a la hoguera de su Amor Misericordioso.

No faltar a la verdad, diciendo que he tenido tal o cual virtud, es la segunda razón. De virtudes, nada. Ya lo saben. Todo en mí: misericordia de Dios y de María. Pues no gasten tiempo, ni papel, ni dinero, ni nada. Renueven por mí el «Acto de Ofrenda al Amor Misericordioso», y me uno a sus consagraciones a las Stma. Virgen, y pronto, por la misericordia de Dios, nos volveremos a encontrar en esta región de Amor, de Luz y de Paz que es Dios. Cuando comulguen, piensen que a ese Jesús Hostia al que contemplan en la fe, espero en su misericordia estar viéndole cara a cara. Amen mucho al Santísimo Sacramento; con todas le acompaño.

No me alargo más porque mi mal de corazón no da para muchas cosas. Las dejo a todas en el Corazón de la Stma. Virgen, Nuestra Madre. Allí veremos nuestras vidas y las misericordias de Dios en ellas. Lo de la tierra pasa, sólo el Amor permanece.

Confusión grande me hace poner aquí la palabra «fundadora», pues ni lo soy ni lo fui nunca. No me lo llamen. Todo lo hizo la Stma. Virgen, y Ella eligió la ciudad de León para hacer este Carmelo. Ella fue la inspiradora. A mí me hizo ver, (antes de ser Carmelita), la gran fe y el gran amor que en León (capital y provincia) tenían a Nuestra Señora, y que contemplaron mis ojos en un mes de mayo, (al terminar la guerra española). Todo o parte creo está escrito en la historia de la fundación. Las mediaciones espirituales o materiales, etc., fueron providencias. Esta fundación no fue debida a que la pidiera nadie. (Digo esto recordando, por ejemplo, algunas fundaciones de Ntra. Sta. Madre, que se las pedían determinadas personas: la de Malagón se la pidió Dª Luisa de la Cerda; la de Salamanca, el Rector de la Compañía de Jesús; la de Alba de Tormes, un matrimonio sin hijos, etc.). Esta fundación de León la considero pedida por la Stma. Virgen, por la fe y el amor que han tenido siempre a Ntra. Sra. del Camino.

Para hacerla, no habiendo salido nunca personalmente Ntra. Sta. Madre Teresa de Jesús en cuatro siglos, en el año 1962-1963, (cuarto centenario de su Reforma del Carmelo), salió su brazo incorrupto por toda España. Mil providencias no buscadas por mí, sino elegidas por la Sta. Virgen, Reina, Emperatriz e Inspiradora de esta fundación, hicieron que ese brazo incorrupto –su cuerpo mismo en él-, viniera a León, y que el Sr. Obispo designara que en esa misma fecha fueran la bendición e inauguración del Convento. Así pues, Inspiradora y Fundadora, la Stma. Virgen y, en su nombre, Ntra. Sta. Madre Teresa. Al decir la antífona de Vísperas «Sta. Madre Teresa, mira desde el Cielo…», bien pueden decirle que visite y no deje la viña que ella alentó. No quiero alargarme más. Ya saben todas lo poco que he hecho, y con cuánta más razón puedo decir con Ntra. Sta. Madre (ella por humildad, y yo en verdad, que más que ayuda he sido estorbo): «sabe Su Majestad que sólo puedo presumir de su misericordia y, ya que no puedo dejar de ser lo que he sido, no tengo otro remedio sino llegarme a ella y confiar en los méritos de su Hijo y de la Virgen, Madre suya, cuyo hábito indignamente traigo y traéis vosotras. Alabadle, hijas mías, que lo sois de esta Señora verdaderamente, y así no tenéis para qué afrentaros de que yo sea ruin (y con cuánta verdad se pueden afrentar las de León) pues tenéis tan buena Madre. Imitadla y considerad qué tal debe ser la grandeza de esta Señora» (Terceras Moradas, 3).

Cuando esto lean, ya habré yo muerto, aunque sabe Dios cuándo será… Es hoy último sábado de enero de 1991 –cuarto centenario de la muerte de Ntro. Padre S. Juan de la Cruz-. Tengo 70 años y no sé cuál será la voluntad de Dios sobre mí. Igual me da cualquier cosa al corazón cualquier día, (y por eso escribo esto, ya que aún puedo), o estoy hasta los 80 o 90 años. Que se haga en mí la voluntad de Dios. A ver si me oculto en el seno de la Stma. Virgen y, con Ella, digo a todo: «Fiat!». Si pasan los años, acaso se borren estos escritos, o sabe Dios… Bueno, pues sea lo que sea, me encantaría que, ya que yo no lo hice, lo hagan las demás, y con ello me gozaré inmensamente en el Cielo, cuando vea a todas las Carmelitas de este Convento «copias de la Sacratísima Virgen María», como las hijas se parecen a su madre.

Si este año, centenario de Ntro. Padre S. Juan de la Cruz, nos dice S. S. Juan Pablo II en su carta apostólica sobre este Santo, que «cada Carmelita, cada Comunidad, la Orden entera, están llamados a encarnar los rasgos que resplandecen en la vida y escritos del Santo Padre y Maestro», así pido y deseo que nosotras, imitando la vida de la Stma. Virgen, contemplándola, amándola, vivamos en la tierra alabando a la Sta. Trinidad, amando a Jesús y ejerciendo nuestro apostolado como Ella, en oración continua, en intimidad con Dios, en amor a la Iglesia y a las almas. Misioneras con María y como Ella. Sabiendo mucho a Dios, que es la principal ciencia, porque como dice Ntro. Sto. Padre, «donde no se sabe a Dios, no se sabe nada».

Adiós, mis queridísimas Madres y Hermanas. ¡Hasta Dios! No estén tristes, sino muy alegres. La fe da gozo. «Si me amáis, os alegraréis porque voy al Padre» (Jn. 14, 22)”.

Pedimos disculpas por la longitud de los textos; nos habría sido imposible reducirlos sin traicionar o mutilar lo que ella quiso decirnos.

Nuestra Hna. Mª. Consuelo nos pide que, al ofrecer sufragios por ella, sólo digan al hacerlos: “todo en tus manos, Madre”; porque hace muchos años hizo voto de que todo lo que ella ofreciera o lo que ofrecieran por ella, en vida o muerte, fuera a manos de la Santísima Virgen,  Nuestra Madre. ¡Ella se lo pague!

De lo que nosotras podemos decir de la Madre Mª Consuelo habría muchísimo que escribir, pero sólo entresacamos algunas cosas que nos parecen más notables, de los testimonios de todas las Hermanas de nuestra Comunidad, con muchas coincidencias en puntos concretos.

Tenemos que comenzar por su gran espíritu de fe; ella lo atribuía a que fue bautizada dos veces pues, como nació con problemas de salud, le dieron el “agua de socorro” y, más tarde, al reponerse, completaron el rito. Como verdadera hija de Ntra. Sta. Madre, vivió una verdadera pasión por la Iglesia y la Orden y, últimamente, todo lo ofrecía por la causa de la Unidad. El Señor se la llevó en el día 7º del Octavario para la unidad de los cristianos.

De espíritu abierto, acogió con entusiasmo la reforma del Concilio Vaticano II; destacaba por su gran libertad en la verdad. Su fe y abandono en la Providencia le hacían vivir sin ninguna ansiedad por las necesidades temporales y, con este espíritu, pudo llevar a cabo la fundación de este Carmelo.

Vivió  en profunda intimidad con las tres personas de la Santísima Trinidad, de forma muy natural. Fiada  totalmente del Padre; fiel enamorada de Jesucristo, su Esposo, con quien estaba plenamente identificada; con un marcado matiz eucarístico: nos decía en sus momentos de enfermedad que ante el Santísimo Sacramento se le curaban los males, y que estaba dispuesta a permanecer en esta vida hasta el fin del mundo con tal de tener la Eucaristía. Sabemos lo que ello suponía  de renuncia a su deseo, por las vehementes ansias que tenía de irse al Cielo…

Sumamente dócil al Espíritu Santo, de quien esperaba un “nuevo Pentecostés” en el mundo actual. Todo ello nos daba de nuestra hermana una imagen unificada interiormente. Como consecuencia de todo ello vimos su amor a la Iglesia y celo misionero; ya en sus primeros años de Carmelita se ofreció para ir a un Carmelo de Borneo. Por eso acogió con gran entusiasmo la solicitud que se nos hizo de fundar en Angola, pero tuvo el realismo de aceptar con paz que las circunstancias, ajenas a la Comunidad, no permitieran llevar a cabo el proyecto. Ahora vivía con la convicción profunda de que, desde aquí, estaba siendo misionera en los cinco continentes, como Sta. Teresita. Fue una contemplativa que supo profundizar y hacer vida la Palabra de Dios que leía y se le comunicaba interiormente, y a la cual ella siempre respondía con fidelidad.

Desde niña en su familia y más tarde en las Teresianas recibió una formación mariana intensa y la iniciación a la espiritualidad de nuestra Orden. Su devoción  a la Virgen arraigó profundamente en su alma, desde que (como Ntra. Sta Madre) perdió -tan pronto- a su madre de la tierra y, como ella, se acogió a la Madre del Cielo. Y ese amor quería contagiarlo a todos cuantos se le acercaban. Creemos que murió “marianizada”.

De María aprendió su disponibilidad y humildad para vivir en un permanente “¡fiat!” a Dios. La veíamos como una transparencia de María, y le agradecemos el haberse dejado guiar para traer el Carmelo a León, a los pies de la Virgen que, más aquí que en otros lugares, podemos decir que es “Camino” para ir a Jesús.

Consideramos a nuestra Hermana Mª Consuelo como la madre y maestra espiritual de nuestra Comunidad, que sufrió en su cuerpo largos años de enfermedad y en su espíritu dolorosas pruebas, pero supo llevarlo con alegría para compartir los dolores de Cristo y “aportar a la Iglesia la savia, como la raíz al árbol”. Sus enfermeras sucesivas sabemos mucho de su paciencia en los momentos de dolor, de ahogos, etc., y de su olvido propio, su interés por no molestar, no dar trabajo, preocuparse por las demás, por nuestras familias; sabemos también de su inmensa gratitud al mínimo servicio prestado, de sus oraciones por los sacerdotes, misioneros, o cuantos se nos encomendaban.

Podemos decir, como el profeta, que Dios quiso “triturarla con el sufrimiento” para, como ella misma nos decía, llegar a convertirla en blanco pan, hostia destinada a ser comida por otros para llevar la vida de Cristo a los hombres.

La enfermedad que la llevó a los brazos del Padre fue el asma, a la cual se sumó una grave afección de corazón, padecidos desde hacía muchos años, y complicados con una insuficiencia respiratoria; además, el amor impaciente de verse con Cristo y con María aceleró sus pasos.

Su vida consagrada ha sido el triunfo de la fe que venció todo límite humano, dejándonos un nuevo testimonio de la “diestra poderosa del Señor”, transformándola en un eco enamorado del Magnificat de María.

Su muerte, tras cinco días en la Clínica de San Juan de Dios, fue como toda su vida: un continuo “sí” como el de Cristo, como el de María, a la voluntad del Padre.

Los últimos días de nuestra Hermana fueron de intenso sufrimiento físico, porque se ahogaba, y prácticamente no se la podía aliviar, pero tenía mucha paz interior. Se confesó y recibió la unción de enfermos. Nuestra Madre (Hna. Mª Rosario), la Hna. Mª Elena y su hermana Clarita permanecieron a su lado todo el día 24. Ntra. Madre le decía oraciones y jaculatorias de aceptación del dolor y de la muerte, de consuelo; le cantaron cosas que le gustaban, le hablaron de la Stma. Virgen y le recitaron la Salve, el Credo, el Flos Carmeli, etc. Ella, a cada cosa, asentía con voz débil.

A las 14:00 entró en agonía, hasta las 17:50, hora en que, sin ninguna agitación, se durmió en el Señor. Su última palabra fue un “sí” débil muy repetido, que se perdía en el potente “Fiat” de María, su amada Madre, y en el “Heme aquí” de su Esposo al Padre.

Estamos inmensamente agradecidas a los Hermanos, Hermanas y personal médico y sanitario que tan bien la atendieron y a cuantos, a lo largo de los años de su enfermedad, la atendían ocasionalmente. No dudamos de que ella les protegerá como ahora puede hacerlo.

Fue muy consolador para todas nosotras, especialmente para las que la acompañaban en su último momento, contar con la presencia de los Padres Carmelitas, como un signo de unión fraterna que se hizo visible en momento tan solemne y que suplía la ausencia forzosa de las Hermanas que permanecimos en nuestro Convento.

Eran las 19:30 de la tarde cuando sus restos llegaron al Carmelo. Fue grande la emoción que todas experimentamos pero, llenas de paz, la acompañamos en el Coro con la convicción de que ya estaba sumergida en la Trinidad, en el Corazón Inmaculado de María. El día 25 por la mañana tuvimos una Misa celebrada por nuestro Capellán y otro sacerdote. El funeral solemne tuvo lugar esa misma tarde, a las 17:00, presidido por Ntro. Padre Provincial, Gabriel Castro, acompañado por 24 concelebrantes: nuestro Capellán, Padres Carmelitas de las tres casas de León y de Burgos, dos Hermanos, el P. Ángel Tejerina S.J. (que fue Provincial hace años y ayudó mucho a la Hna. María Consuelo desde los inicios de esta fundación), Padres Claretianos y sacerdotes diocesanos que tienen relación con nosotras, algunos de los cuales habían sido capellanes nuestros por algún tiempo. Vinieron también su sobrino carnal, otros familiares y numerosas personas de León de entre nuestras amistades. Su hermana y sobrino hicieron las lecturas, todos participamos con cantos, a pesar de la intensa emoción. El P. Gabriel predicó la Homilía, en la que comenzó dando gracias al Señor por poder celebrar con nosotros esta gozosa despedida de nuestra Hermana, y agradeció su vida colmada de años y de entrega al Señor  y a la Iglesia. Recordó la fiesta de sus Bodas de Oro, que también presidió, el 15 de agosto del año anterior. Como entonces, a petición de la Hna. María Consuelo, cantamos “Yo le resucitaré…”, como expresión de la fe pascual en que se desarrollaba la celebración.

A continuación, estando ya en el Coro los concelebrantes, después del Responsorio e incensación de su cuerpo, se hizo el traslado al cementerio. Primero la cogimos las Hermanas de Comunidad, pero pronto fueron los propios Padres y sacerdotes quienes nos la tomaron, junto con su sobrino y parientes, y emprendimos la marcha a través de la huerta, por el “Camino de la Vida”, hasta el Camposanto, en medio de cantos de gozo pascual. Después del rito final, entonando el “Flos Carmeli”, se la depositó a los pies de la Cruz que preside, delante de la imagen de “Janua Caeli”, según su deseo.

A pesar de la inclemencia del tiempo en los días precedentes, esa tarde estaba apacible y hasta con amplios ratos de sol radiante. Algunas Hermanas observaron, en el momento de bajar la caja, que una cigüeña nos sobrevolaba lentamente en círculo, en lo que vimos un “signo de nuevo nacimiento, maternidad y fecundidad”.

 ¡MAGNIFICAT!

León, 28 de enero de 1995

(Último sábado de enero, como aquel otro en que nos quiso dejar su testamento espiritual).

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