A Nuestra Hna. Mª Dolores

En este aniversario del nacimiento para el Cielo de nuestra Hermana María Dolores queremos compartir con vosotros su carta de edificación, para conocerla y acercaros a ella.

J.M. + J.T.

Hna. María Dolores de la Santísima Trinidad , C. D.

(5 de noviembre de 1931 – 9 de marzo de 2010)

La vida de nuestra Hna. Mª Dolores amaneció en un hogar cristiano lleno de paz, laborioso, con ese sabor de arraigada fe. Nació el 5 de Noviembre de 1931 en Armellada, León. Sus padres fueron Edmundo Pérez y Felicitas García, de quien ella había recibido muchos buenos ejemplos, que tanto influyeron en su vida. Era la mayor de los tres hermanos, Agustina -nombre de pila de nuestra Hermana-,  Evaristo y Marcos. Su formación estuvo enriquecida por buenas maestras pertenecientes a la “Alianza de Jesús por María” y, a medida que las iba conociendo, vio que Dios la llamaba a vivir esa espiritualidad en el mundo. Ese fue un primer paso en el proceso en el que, poco a poco, se fue dando cuenta de que el Señor le pedía más y la quería exclusivamente para Él en la vida contemplativa.

Esos años en la Alianza antes de entrar en el Carmelo fueron un tiempo de mucha gracia para ella, y siempre los recordaba. Mantenía una relación muy cercana con las aliadas con las que había tenido más trato, y entre ellas se querían muy sinceramente.

Después de ser acompañada por el consejo y cercanía de una buena dirección espiritual, ingresó en nuestra Comunidad. Fue la primera novicia que entró en este Carmelo, por ello, inició junto con las Hermanas que vinieron como fundadoras los primeros pasos de esta nueva Comunidad.

Fueron momentos ricos e intensos, llenos de gracia, y que por ser la base de la futura Comunidad exigían gran sacrificio y entrega. Se descubría en ella esa capacidad para “ser cimiento”, pues estaba adornada de grandes cualidades. Siempre se distinguió por su prudencia, abnegación… Fue un alma inclinada al silencio, pero a la vez presente en todo para entregarse. Su vida de oración la sumergía en una coherencia de vida que se iba conformando con ese ideal trazado por nuestra Santa Madre para sus carmelitas: “ser tales que valgan vuestras oraciones…”. Y ello, en ese día a día callado, fiel, en olvido de sí, entregada a la Comunidad en todo cuanto la obediencia le confiaba. Tenía un profundo espíritu de fe en el cual se descubría su honda unión con Dios.

No podemos menos que recordarla con esa impronta de sencillez, inclinada al ocultamiento, a no dar importancia a lo que ella hacía. Siempre pronta a pedir con humildad perdón cuando su fragilidad le hacía ser más débil, aunque ésta nunca le impedía buscar con verdad esa radicalidad en las virtudes de las que quería Nuestra Santa Madre ver adornadas a sus hijas: “desasimiento, amor unas con otras y verdadera humildad”. Sin olvidar esa “determinada determinación” como signo de una autentica fortaleza interior.

Todo en ella la llevaba a vivir más y más un amor total a Cristo, forjando y enriqueciendo su personalidad. Y todo se realizaba en medio de la realidad cotidiana la cual, aun en medio de esa sencillez que decimos la caracterizaba, dejaba traslucir el Amor que determinaba su vida.

Era una gran amante de Nuestros Santos Padres, que asiduamente estudiaba y cuya doctrina trataba de asimilar. Le gustaba también leer libros que la ayudasen a penetrar más en el misterio de Cristo, alimentando su vida interior y su camino de fe – oscuro, pero vivido por ella con gran generosidad-.

Una honda purificación marcó su camino, que recorrió en un gran abandono y confianza en el Señor, siguiéndole en obediencia y en fe. Esto la convertía, quizá sin ella percibirlo así, en una Carmelita desprendida, serena, que buscaba ese “puro Amor” y vivir en todo momento la voluntad de Dios. Hasta que le llegó la enfermedad, vivió entregada en los distintos oficios de la Comunidad. Como era modista, a todas fue enseñando el arte de la costura, pero ciertamente ella lo hacía con una perfección que nadie superaba.

Fue durante varios años consejera, y dejaba ver la prudencia de su criterio, la humildad con que aceptaba lo que se decidía; todo lo vivía con el Señor y desde Él.

En el mes de marzo de 2004 el Señor la visitó con la enfermedad, y ella se puso en este momento de su vida en las manos de Dios totalmente, dejándose conducir con la sencillez de una niña.

Comenzaron haciendo varias pruebas diagnósticas y se confirmó el resultado definitivo: un linfoma. Nos dieron bastantes esperanzas de que pudiera superarlo y por ello comenzó un periodo de tratamiento con quimioterapia. En los años que siguieron de enfermedad vimos cómo ella, salvo algunos tramos del camino en los que necesitó ayuda especial, asumió y vivió todo con gran sencillez, olvido de sí y confianza.

Era muy edificante verla pues, en todo lo que se le permitía, seguía a la Comunidad y era feliz de hacerlo así. Se sabía marcada por la enfermedad, pero esto no le impidió la total entrega.

En el año 2006 tuvo una recaída grave, pues no era posible seguir con el tratamiento porque le causaba problemas cardíacos. Esto hizo que perdiéramos la esperanza de su recuperación, pero aun así y después de superar ese estado de mayor gravedad, volvió a recobrarse y la vimos con gran tesón y ánimo, de forma que logró poco a poco hacer una vida prácticamente normal.

Seguía con controles y cuidados, pero aún así pudo atender como enfermera a la Hna. Mª Pilar. Este oficio la llenó de gozo, pues las suyas eran almas muy parecidas y nada les impedía, dentro de los cuidados que cada una necesitaba, vivir el silencio, la soledad y la presencia de Dios que las invadía. La Hna. María Dolores, viendo que la vida de la Hna. Mª Pilar se consumía, decía muy segura: “cuando la Hna. Mª Pilar se vaya al Cielo, yo me iré también pronto”. Y así fue; siete meses después, ella nos dejaba para ir a la Casa del Padre.

Poco después de fallecer la Hna. Mª Pilar, la salud de la Hna. Mª Dolores comenzó a resentirse de nuevo. Todo hacía presentir “la Pascua del encuentro”, pues ahora los síntomas de la enfermedad eran claros y ese nuevo brote iba a ser el definitivo. En Enero de 2009 se vio afectada por una neumonía; estuvo al borde de la muerte, pero superó ese momento. No obstante, su salud ya quedó muy deteriorada y, aunque después de esa gravedad volvió del Hospital, a finales de Febrero fue de nuevo ingresada y pasó allí sus últimos días.

Fue sometida a tratamientos especiales para su enfermedad, pues tenía fiebre y varias complicaciones; todo insuperable. En el hospital, estaba muy atendida espiritualmente y fortalecida con la compañía de la Priora o de una Hermana de la Comunidad. Sus hermanos, cuñadas y sobrinos no dejaban de estar cerca, viviendo ese último tramo de su camino y rodeándola de cariño, pues siempre ella tuvo un amor grandísimo a la familia y era correspondida de igual forma. Recibió el sacramento de la Unción dos días antes de su muerte y quedó muy confortada. El lunes días 8 de Marzo, cambiaron el tratamiento para darle algo más suave y que pudiera venir para casa como ella deseaba, pero los planes del Señor eran otros. Ese día vimos cómo iba perdiendo expresividad y, aunque su estado era muy grave, estaba serena; no tenía dolores, pero realmente estaba en el extremo de sus fuerzas, no podía comer ni beber.  Muy de mañana, había recibido la comunión e incluso había cambiado impresiones con el doctor que la visitó e informó de su estado de gravedad.

Hubo un gesto suyo aquella tarde, que fue muy intensa, que nos llamó mucho la atención. En un momento determinado, cogió en la mano su Crucifijo, lo miró en silencio, y fue como verla compenetrada con Cristo, asumiendo su voluntad y poniéndose en sus manos. Podríamos decir que simbolizaba su: “todo está cumplido”.

Al atardecer, vino el Sr. Obispo, D. Julián López Martín, a visitarla, pues le habíamos informado de su gravedad. Siempre, a lo largo de sus años de enfermedad, la visitaba cuando estaba en el hospital. Esa tarde, su encuentro con nuestra Hermana tenía un acento especial: era como una despedida que, a través de nuestro pastor, ella hacía a la Iglesia y a nuestra diócesis, por quienes había entregado su vida en el Carmelo, y a quienes tanto había amado. Fue muy confortada por las palabras y atención paternal de D. Julián, al que ella reconoció perfectamente a pesar de lo agotada que estaba.

En esa noche le pusieron calmantes para aliviarle el dolor. A la mañana siguiente, el día 9, cerca de las 8:00, ya sin apenas darse cuenta, sosegada y tranquila, entregó su alma a Dios.

El día 10 por la tarde tuvo lugar el funeral, presidido por el Sr. Obispo, acompañado por nuestro Padre Provincial, -Pedro Tomás Navajas, quien también la visitó en el hospital, pues la quería mucho-, varios Padres Carmelitas y muchos sacerdotes, toda su familia y numerosas personas de su pueblo que la recordaban y querían, pues dejó entre ellos una ejemplar estela de bondad. En esa tarde, soleada pero fría, fue llevada hasta el Camposanto por su familia, que entró a la clausura junto con el Sr. Obispo y los sacerdotes celebrantes. Recibió sepultura después de que todas sus Hermanas le dieran un beso de despedida.

Damos gracias a Dios por su vida, su callada entrega, su ejemplo de fidelidad al carisma carmelitano, su tierna devoción a la Stma. Virgen María –modelo de oración en el Carmelo-… Confiamos en que, desde Dios, interceda ahora por todos los que ella amó tanto en su vida.

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